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El mundo en 2637 había cambiado mucho respecto al siglo XXI.

La humanidad había aprendido de sus errores y ahora vivía en armonía con la Tierra, aunque su expansión se extendía hasta las colonias en planetas y lunas lejanas. Era la Edad Espacial, una era de avances y descubrimientos en otros mundos. Pero por mucho que el ser humano evolucionara, aún quedaban oscuros secretos enterrados bajo la superficie...
 
Uno de esos secretos era Eve.
 
Eve tenía once años y vivía con sus padres en un módulo rodeado de naturaleza. Sus padres, científicos de Holo-Médica, trabajaban en investigaciones genéticas desde su laboratorio privado. La mitad del tiempo lo pasaban en casa, la otra mitad viajaban al laboratorio con el Aero familiar.
​
Desde que tenía memoria, Eve había notado cosas extrañas. No solo porque no podía caminar sin su unidad bípeda, sino porque el mundo a su alrededor parecía responderle de formas que nadie más notaba.
Las raíces emergían para sostenerla cuando tropezaba, la hiedra trepaba hasta su muñeca cuando la tocaba. Un día su unidad bípeda falló en la escuela, pero en vez de caer, los arbustos la atraparon suavemente, como una red viva…
 
Al principio, parecía que su madre fingía no verlo y su padre evitaba hablar del tema, pero Eve sabía que algo no encajaba.
 
Con el tiempo, las señales se volvieron imposibles de ignorar. Cuando lloraba, las flores se inclinaban hacia ella. Cuando se enfadaba, las enredaderas crecían de golpe. Un niño la empujó y, en un instante, surgieron unas raíces del suelo que lo atraparon como si fueran dedos furiosos.
Fue entonces cuando empezó a buscar respuestas. Eve era muy inteligente, y aprovechó un descuido de su padre en un momento que salió de su despacho. Allí encontró unos documentos etiquetados como "Sujeto 31. Modificación genética".

El informe hablaba de un experimento de 2627, diez años atrás, en el que se intentó una simbiosis entre la humanidad y la naturaleza. Querían crear seres capaces de comprender y comunicarse con la vida vegetal.

Ella no había nacido… había brotado del suelo orgánico de unos laboratorios…

La imagen en el informe mostraba un bulbo gigantesco, con algo en su interior: un bebé cubierto de pétalos, con raíces enredadas en su columna vertebral. Sus padres no la concibieron: eran dos de los ingenieros que salían en los documentos.
El descubrimiento la paralizó. Pero más que desconfianza, sintió algo peor: miedo.
 
Esa noche, decidió enfrentar el tema de manera directa:

- Me he enterado de lo del experimento… —susurró, con las manos temblorosas.

Su madre palideció. Su padre apartó la mirada.

- Eve… 

- ¿Qué soy? —Su voz no tembló esta vez.

Su madre se acercó, con los ojos llenos de lágrimas.

- Eres nuestra hija. 

- No soy humana. 

- Sí lo eres. —Su padre habló con voz grave—. Al menos, en parte. Eres el primer híbrido entre la humanidad y la naturaleza… y el único que sobrevivió…Eve sintió un escalofrío.

- Nosotros queríamos ser tus padres. No por el experimento, sino porque te amamos. —Su madre le tomó la mano—. Cuando apareciste, fue la mayor bendición de nuestras vidas. 

- ¿Y por qué no me lo habíais dicho? 

- Íbamos a hacerlo, pero… teníamos miedo de cómo te lo tomarías, y queríamos esperar a que fueras un poco mayor…

Eve sintió que su corazón latía con fuerza, pero debajo de la confusión y el miedo, algo más crecía. Algo antiguo y profundo.

Esa noche reaccionó como cualquier niña asustada que descubre la verdad sobre alguna fantasía, pero durante las siguientes semanas empezó a entenderlo y aceptarlo.
 
Conforme creció, su conexión con la naturaleza se intensificó. Podía sentir la savia fluyendo en los árboles, podía oír los susurros de las raíces bajo tierra. Y, lo más inquietante, empezó a hacer que la obedecieran…

Al principio, fueron pequeñas cosas, como flores que brotaban a su alrededor cuando estaba feliz, o ramas que se inclinaban para darle sombra. Luego, algo más inquietante: empezó a escuchar voces en su mente, un murmullo constante de la naturaleza que le hablaba en un idioma que solo ella entendía.

Su cuerpo también empezó a cambiar. Tan pronto como entró en la adolescencia, su piel adquirió una tonalidad más pálida, como corteza joven. Su cabello se volvió más grueso, con reflejos verdes, como si se alimentara del sol. Y un día, cuando despertó, descubrió que en sus dedos brotaban pequeñas raíces enredadas con sus uñas.

Sus padres intentaron ayudarla. Le prometieron que investigarían, que encontrarían una forma de estabilizar su transformación. Pero en el fondo, Eve sabía la verdad. No había nada que estabilizar, porque ella no estaba cambiando: estaba floreciendo.
Una noche, se quedó de pie en el jardín, sintiendo la tierra bajo sus pies descalzos. Su madre la observaba desde la puerta, con miedo en los ojos.

- Cariño, ven adentro, que hace un poco de frío.

​Eve sonrió. Ya no sentía frío. Ni hambre. Ni sueño…porque ya no era humana…

- Mamá…Su madre se quedó paralizada. Había algo en la voz de Eve. Algo profundo, reverberante.

- Gracias por cuidarme. Díselo a papá también… os quiero…Y entonces, su piel comenzó a agrietarse.

La transformación fue silenciosa, y en cuestión de segundos, su cuerpo se secó hasta convertirse en madera y sus brazos se alargaron como ramas. Sus pies se hundieron en la tierra, extendiéndose en un sistema de raíces que latía con su pulso, y su rostro fue lo último en desaparecer, fusionándose con el tronco de un árbol que creció en cuestión de segundos.

Su madre cayó de rodillas, llorando de impotencia al no haber podido evitar lo inevitable…
​
…y en la brisa de la noche, las hojas del nuevo árbol susurraron su nombre: Eve…
© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 184, "Agrokinesis".
Registrado en SafeCreative con el ID:
2505291916125
​Fecha de registro: Mayo 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.
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