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La noche en que nacieron los gemelos, el aire estaba cargado de electricidad y tensión, como si el mundo entero estuviera a punto de romperse en pedazos.

El cielo estaba cubierto de nubes negras y tormentosas, y la luna apenas era visible entre las sombras. Los rayos atravesaban las nubes, iluminando la ciudad en intervalos erráticos, como si la naturaleza misma estuviera reaccionando a lo que estaba sucediendo en el interior de un viejo hospital clandestino.
 
Este hospital, oculto entre las estrechas calles de un barrio olvidado de la ciudad, era un lugar al que nadie quería ir. La gente del vecindario evitaba la zona, y se rumoreaba que era un refugio para los que no querían ser encontrados, y para algunos experimentos dudosos. Nadie realmente sabía lo que ocurría detrás de las puertas cerradas de ese antiguo hospital… pero todos sentían que algo extraño estaba pasando... algo que jamás debió haber sido permitido.
​
En uno de los quirófanos, lo que antes había sido una mujer, pero que ahora mostraba una horrible distorsión genética, daba a luz en medio de la penumbra. Las enfermeras que la atendían no podían evitar sentir un escalofrío al observarla. Su rostro estaba deformado, y tenía las manos retorcidas. Su cuerpo, antes hermoso, ahora parecía una sombra de lo que había sido. No obstante, su corazón, aunque roto, seguía latiendo con un amor incondicional. Ese amor lo sentía por los dos bebés que estaba a punto de traer al mundo.
 
El primero de los gemelos fue científicamente perfecto. Un bebé saludable, con piel suave, ojos brillantes y un llanto que llenaba la habitación con la promesa de un futuro lleno de posibilidades. El segundo, sin embargo, era una aberración. Su piel era de un tono extraño, casi gris, y sus ojos, hundidos y rojizos, parecían observar el mundo con una inteligencia desconcertante. Su cuerpo no era completamente humano; sus extremidades, largas y desproporcionadas, se movían con una agilidad espeluznante. Y lo más perturbador de todo: no lloró. En lugar de eso, simplemente observó, sin miedo, sin emoción, como si estuviera más allá de lo que una criatura tan pequeña podría comprender.
 
El doctor clandestino que estaba asistiendo a ese parto, lo seguía observando todo detrás de los cristales tintados de sus grandes gafas redondas. Gotas de sudor frío resbalaban por su sien, mientras seguía repitiéndose en su interior “recuerda que haces todo esto para vengarte de Aura…”. Se acercó lentamente a la madre y, con mucho cuidado, le dio ambos bebés envueltos en sendas toallas.
 
La madre los abrazó con sus manos torcidas, pero sabía que su tiempo se estaba agotando. Sabía que no viviría mucho más, pues Aura First Innovations, la empresa responsable de su sufrimiento, la acabaría encontrando, igual que hicieron con su madre. Había sido un experimento más para ellos, una pieza en su inhumano juego. En ese momento, mientras miraba a sus hijos, supo que su destino estaba sellado. Su único deseo era asegurarse de que sus hijos, especialmente el gemelo poco común, estuvieran a salvo.
 
Tres días después de dar a luz, desapareció sin dejar rastro en medio de la noche. Nadie supo si fue capturada o eliminada, o si había escapado por su cuenta. Lo único que quedaba era el silencio y el vacío de su desaparición.
 
Los gemelos quedaron huérfanos en un mundo que no los aceptaba. Nadie sabía qué hacer con ellos, aunque por el momento quedaron bajo custodia del doctor que asistió al parto… alguien que siempre estaba dispuesto a ayudar a seres con condiciones genéticas peculiares, y con una particular cruzada personal contra Aura…
 
El bueno del doctor decidió llamarlos como sus difuntos hermanos: Sebastian y Michael. Finalmente, apareció una figura excéntrica y distante: un lord británico que llegó a esa clínica clandestina de Estocolmo.
 
Lord Edward Winslow era un hombre que vivía más allá de las normas convencionales de la sociedad. Descendiente de una antigua familia con linaje en el Reino Unido, era un coleccionista… pero no de objetos comunes. Había dedicado su vida a la adquisición de artefactos extraños, malditos, y criaturas que solo existían en los relatos más oscuros. Había viajado por el mundo en busca de lo inusitado, lo paranormal, lo inexplicable… Su mansión, ubicada en las afueras de Londres, era un reflejo de su obsesión: estaba llena de reliquias macabras, restos de criaturas y artefactos que desafiaban toda lógica.
Cuando se enteró de la existencia de los gemelos, no dudó en actuar. Tenía enlaces con esa clínica tan particular, y sabían que, para él, lo extraño era un imán, y los gemelos, especialmente Michael, representaban un enigma que debía ser resuelto.
 
A partir de ese día se hizo cargo de ambos niños y se mudaron con él a la mansión. Sebastian fue criado como cualquier hijo de un aristócrata inglés, y no le faltó de nada. Tuvo la mejor educación que podía ofrecer la década de 1980.

​A diferencia de su hermano, Michael fue relegado a una habitación secreta en la mansión. El cuarto era pequeño, sin ventanas, con paredes acolchadas para evitar que los muebles u objetos que Michael pudiera destrozar, se desparramaran. Pero lo más extraño de todo era el color verde. Winslow había observado que, al rodearse de objetos de este color, Michael parecía calmarse, como si ese color tuviera alguna conexión secreta con su ser.
 
Mike, como le llamaba su hermano, pasaba su vida en la oscuridad, alimentado con una dieta especial, y monitoreado constantemente por Lord Winslow. Sebastian, por su parte, vivió una vida normal. En la década de los noventa se había convertido en un joven educado, y con la libertad de decidir sobre su vida como quisiera. Sin embargo, siempre tenía tiempo para estar con su hermano. Aunque Mike nunca habló mucho, siempre había algo entre ellos que los unía. Algo más allá de las palabras, algo que solo los gemelos podían comprender.
 
El paso del tiempo, sin embargo, no perdonó a la mansión de Winslow. La riqueza que antes parecía inagotable se desmoronó lentamente. El Lord, obsesionado con su colección, descuidó su fortuna.
 
La mansión que alguna vez estuvo llena de lujos y extravagancias, se convirtió en un lugar sombrío y deteriorado. La salud de Winslow también decayó, y aunque luchó por mantener a flote la casa, las deudas lo alcanzaron. En el año 2002 fue cuando finalmente falleció, dejando a los gemelos con lo que quedaba: una mansión en ruinas y una deuda interminable.
 
Sebastian se vio obligado a tomar el control de la situación. A medida que la fortuna de Lord Winslow se desmoronaba, comenzó a vender piezas de la colección para sobrevivir. Sin embargo, nunca permitió que Mike pasara hambre. Aunque sus días de lujos habían terminado, él nunca descuidó a su hermano.
 
Para conseguir recursos, Sebastian tuvo que moverse en las sombras. Empezó a recorrer los barrios bajos de Londres, donde las desapariciones se hicieron cada vez más frecuentes. Nadie sabía exactamente qué estaba ocurriendo, pero la gente que vivía en la pobreza comenzó a desvanecerse de las calles sin dejar rastro. Algunos lo consideraban un simple rumor, una superstición urbana, un imitador de la oscura leyenda de Jack el Destripador… pero Sebastian notaba que cada vez había algo mucho más tenebroso detrás de todo esto.
 
Mientras Sebastian se adentraba en los barrios bajos de Londres, los ojos de Aura First Innovations, la organización que había creado a los gemelos, seguían observándolos desde la sombra. Su poder era global, y su alcance era mucho mayor de lo que la gente común podría imaginar.
​
Aura no solo estaba interesada en los gemelos porque fueran productos de un experimento fallido suyo. No. Para la corporación, los gemelos representaban algo más: la culminación de años de trabajo, la creación de seres con el potencial de cambiar el equilibrio de poder en el mundo. Pero Aura había cometido un grave error: había subestimado la capacidad de supervivencia de Mike, y especialmente la voluntad de Sebastian de proteger a su hermano. Al fin y al cabo, la vida se abre camino…
 
Ellos sabían que los gemelos aún estaban vivos, aunque les hubieran perdido de vista por un tiempo. Y mientras Sebastian se esforzaba por mantener en pie lo que quedaba de la mansión y velar por la salud de Mike, una figura encapuchada observaba cada uno de sus movimientos desde las sombras.
 
Había pasado solamente un año desde que los gemelos habían perdido a su progenitor, y Aura había colocado a sus agentes en cada rincón de Londres, dispuestos a recuperar lo que había sido suyo. La corporación tenía recursos infinitos y una red de vigilancia que cubría cada rincón de la ciudad. Desde satélites en el cielo hasta informantes en las calles, nada escapaba a su control. Y lo que es peor, sus agentes no eran simples humanos: eran seres modificados genéticamente, expertos en infiltrarse sin dejar rastro, casi miméticos.
​
El aire en la mansión se volvía cada vez más pesado a medida que pasaban los días. Las luces parpadeaban intermitentemente, y el crujir de las maderas del suelo resonaba como una advertencia. Sebastian, acostumbrado a la quietud de la casa, sentía que algo estaba a punto de cambiar. Era como si la mansión misma tuviera consciencia de lo que se estaba acercando.
 
Esa noche, el olor metálico que había comenzado a llenar la mansión semanas atrás se intensificó. Las puertas de la entrada chirriaron con cada soplido del viento, como si intentaran advertirle de lo que estaba por suceder. Las sombras parecían cobrar vida propia, y una sensación de terror indescriptible envolvía a la casa. Sebastian sabía que algo terrible estaba a punto de suceder.
 
Cuando regresó a la mansión esa noche, las luces rojas de la entrada parpadeaban con un ritmo frenético, como un faro en la oscuridad. Les habían encontrado... La puerta principal estaba entreabierta, y un sentimiento de peligro inminente se apoderó de él. ¿Quién había estado allí? No podía imaginarlo, pero una sensación visceral recorrió su interior.
​

Entró en la mansión y pudo escuchar el sonido de botas en el suelo de madera. Los pasos eran pesados, decididos. Sebastian corrió hacia la habitación secreta de Mike con la mente en estado de alerta máxima. Sabía que su hermano estaba allí, y que tenía que llegar antes que los agentes de Aura.
 
Al llegar a la puerta, un ruido repentino lo hizo detenerse. Era el sonido de un disparo. Un eco corto y seco que resonó a través de los pasillos vacíos. Sebastian sintió su corazón latir en su pecho como un tambor de guerra. Corrió hacia la habitación de Mike sin pensarlo. Al abrir la puerta, vio lo impensable.
 
Mike estaba en el centro de la habitación y un enorme hombre de apariencia extraña y desfigurada yacía a sus pies, reducido en una postura imposible. La figura humana del agresor no parecía la de un hombre común. Había algo en su mirada, algo oscuro y vacuo, como si hubiera perdido toda humanidad en su búsqueda por conseguir el control de la situación. Esa debía ser la cara de los agentes mejorados de Aura.
 
“¡Mike!” gritó Sebastian con la voz cortada por la urgencia. Pero en ese instante se dio cuenta de que no era necesaria tanta urgencia. Mike había demostrado su poder. Era más que capaz de defenderse, de protegerse… y mucho más…
 
Mike levantó la cabeza, sus ojos rojos brillaban con una intensidad que paralizaba. No había emoción en su rostro, solo una fría determinación. Sebastian lo miró, sorprendido, pues nunca antes había visto a su hermano tan... tan poderoso.
Entonces, el sonido de más botas acercándose hizo que el tiempo se detuviera. Sebastian y Mike sabían que no podían quedarse allí mucho más tiempo. Aura estaba demasiado cerca y no tendrían otra oportunidad para huir.
 
Ese día, todo cambió para los gemelos, que se fueron de allí sin mirar atrás, a través de una salida secreta que les había construido su padre. Dejaron su pasado atrás y decidieron luchar por su futuro. Después de esconderse, consiguieron colarse en un carguero con el que llegaron por mar a las costas de Francia, y desde allí pudieron desaparecer de los ojos de Aura.
 
Sebastian seguía pensando en cómo su hermano seguía cambiando a medida que se hacían mayores. La curiosidad acerca de su naturaleza real seguía creciendo, pero el vínculo de hermanos que los unía jamás podría romperse. Sólo se tenían el uno al otro. A pesar de todo el horror que había caído sobre ellos, los gemelos estaban unidos por algo más fuerte que el miedo. La única forma de escapar sería seguir luchando, seguir adelante. La lealtad que sentía hacia su hermano superaba todo lo demás. No importaba lo que la gente pensara, o lo que sucediera en el futuro.
 
Mike era su familia, y nada ni nadie los separaría.
​
Nunca.​
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© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 028, "Hermanos".
Registrado en SafeCreative con el ID:
2505291916262
​Fecha de registro: Mayo 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.
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