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¿Sabes lo que es sentir cómo el peso del tiempo se detiene justo antes de que el futuro se derrumbe a tus pies?
 
Yo sí. Y no es algo que se pueda describir con facilidad.
 
El tiempo, esa corriente que arrastra todo con su fluir interminable, dejó de importarme cuando me vi frente al Reloj del Juicio. Los segundos dejaron de existir en el momento exacto en que comprendí lo que había creado. El reloj no solo marcaría el final de todo, sino que también serviría para medir la desesperación de aquellos que lo enfrentaran.
 
Mi nombre es Vahl, y fui el hermano mayor de Satar, la que se convertiría en la quinta Regente del Submundo. Pero no estoy aquí para hablar de ella, ni de mi padre. Tampoco del oscuro reino que gobernó, ni de los viejos diablos que prefirieron creer en la estabilidad de las antiguas leyes. Vengo a hablar de mi legado, de mi visión. De la noche que me llevaron ante el Consejo de Oscuros, …y del reloj, claro. De cómo la muerte no me alcanzó, porque, aunque ellos creyeran que todo terminó, en realidad, era solo el principio.
 
Desde que era pequeño, sentí la atracción por lo prohibido, por aquello que mi padre y maestros se apresuraban a ocultar. Mi padre, Baddock, el cuarto rey del Submundo, no fue quien me enseñó a ver la verdad detrás del velo. Él se conformaba con el poder de la alquimia oscura. Su comprensión de la materia oscura le permitía mantener el equilibrio, y su ambición jamás fue mayor que el deseo de mantenerse en el trono.
 
Pero yo... yo no quería el trono. No, eso era solo el primer paso. Quería el control absoluto. Quería desatar el caos y usarlo como una herramienta para reescribir la realidad misma. El Reloj del Juicio fue mi forma de hacerlo…
 
Mi visión era clara: no se trataba de destruir el Submundo. Se trataba de forjar una nueva evolución, una raza demoníaca sin límites, sin miedos, sin debilidades. Y, si para eso había que enfrentarse a mis propios demonios, que así fuera.
El Zodiaco Negro... Cuántos nombres había escuchado antes de que lo comprendiera de verdad. Esos signos oscuros, esas entidades que representaban lo peor de nuestra existencia, no eran solo creaciones mías, eran pruebas. Pruebas para que la raza demoníaca se enfrentara a su propia oscuridad y ego. Si sobrevivía, se elevaría.
 
El reloj solo marcaría el tiempo para que todo se desatara. Yo les di un propósito y, aunque el Consejo de Oscuros me consideró un traidor, ¿quién iba a entender mi verdadera intención?
 
Mi padre, el Rey Baddock, solía estar en su estudio, sumido en la lectura de antiguos grimorios. Fue apodado como el Primer Alquimista porque creía que controlaba todo lo que había aprendido de la materia oscura. Pero a mí no me interesaba simplemente controlar, no. Quería traspasar los límites de la realidad misma. Quería ser más que un diablo. Quería... trascender.
 
Esa noche, mientras los ecos de sus palabras retumbaban en las paredes de la fortaleza, yo me encontraba en un rincón apartado, rodeado de las fórmulas arcanas que había creado. Con la mente enfocada en el objetivo, mis manos dibujaban símbolos de poder sobre el suelo negro, mientras las sombras se deslizaban por la habitación. Me sentí más vivo que nunca. La energía fluía a través de mí, y, por primera vez, la materia oscura respondió exactamente como yo quería. Tantos años de estudio estaban dando sus frutos.
 
Formas comenzaron a surgir de la nada, criaturas grotescas, híbridos entre diablos y sombras, seres a los que me referiría más tarde como Bestias Oscuras, como las de antaño. Pero no eran solo sombras, habían tomado forma. Comenzaban a moverse, y lo hacían con una intención que me helaba la sangre, porque, aunque yo las hubiera creado, sus ojos brillaban con una maldad infinita…
 
Poco a poco, las creaciones se volvieron más y más complejas con el tiempo, y mi obsesión se alimentó de sus defectos. No me interesaba que fueran perfectas; me interesaba que fueran indomables. De esta forma, forjé una versión mejorada del terrible Behemoth, un ser monstruoso nacido del caos mismo. Su tamaño era inmenso, sus garras destrozaban todo a su paso, y su poder, desmesurado.
 
Lo puse a prueba soltándolo tanto en el Submundo como en el mundo de los humanos, y durante unos años el miedo, el verdadero temor, se convirtió en una constante que empezó a llenar cada rincón de ambos reinos. Muchos diablos me miraban con desconcierto, otros con desdén. Nadie entendía lo que intentaba lograr.
Pero ¿qué podría hacerles? ¿Callarme? ¿Ocultarme? No era un diablo para vivir a la sombra de nadie. Y mientras los demás se aferraban a sus antiguas creencias, yo comencé a ver la realidad de otra manera: la evolución de nuestra raza debía ser forzada. Lo vi clarísimo cuando entendí que esos comportamientos hostiles hacia mí eran una muestra de su miedo hacia mis creaciones. Miedo… debilidad manifiesta…
 
Fue entonces cuando creé el Zodiaco Negro. Cada entidad que naciera de esa energía sería un reflejo distorsionado de los signos del zodiaco, pero en su forma más destructiva, manipuladora, y corrompida. Cada uno de ellos sería más que una simple amenaza; serían un juicio tanto para humanos como diablos. Yo les llamé los 12 jueces.
 
Los más ancianos del Submundo, aquellos que me veían como una amenaza, comenzaron a murmurar sobre mis actos. Mi propio padre, Baddock, al principio estaba intrigado por lo que estaba haciendo, pero pronto entendió que lo que buscaba era mucho más que poder. Yo no quería ser el próximo rey del Submundo, quería cambiarlo todo. Quería ser el arquitecto de una nueva era, y eso, por supuesto, fue lo que terminó destruyéndome.
 
Fue un proceso gradual, hasta que llegó el día en que mis creaciones sobrepasaron la línea roja. Mis Bestias Oscuras eran formidables, y eso incomodaba a los Ancianos Oscuros, hasta que aprovecharon que una de las criaturas segó la vida de uno de ellos para condenarme por ello.
 
Mi padre, quien había sido mi protector y mentor, me acusó de traición. Traición a las leyes fundamentales del Submundo, dijo. Traición a todo lo que nos define como demonios y máxima traición al Equilibrivm. No pude evitar sonreír. ¿Acaso no era eso lo que quería? Traicionar todo lo que ellos habían construido, toda esa mentira que nos había mantenido prisioneros en una existencia limitada. Mi visión de la oscuridad era mucho más grande que su pequeño reino subterráneo.
 
El Consejo de Oscuros, encabezado por Baddock, me sentenció a muerte. No hubo juicio, no hubo perdón. Solo la condena de aquel que osa desafiar el orden. No me importaba, porque el Reloj del Juicio estaba preparado y perfectamente escondido.
 
El destino no podía detenerse, y ya estaba marcado.
 
La noche que me llevaron ante el Consejo, la misma noche en que mi destino se selló, fue la última en que sentí que el poder aún residía en mis manos físicas. Caminé por el pasillo hacia la sala del juicio con una calma aterradora. Mis ojos no reflejaban miedo ni desesperación, sino una tranquila aceptación, como si ya supiera que, al final, todo esto era solo una parte de mi plan. Mis pensamientos se dirigían únicamente al futuro, al destino de la oscuridad que ya no podían evitar.
 
El Consejo de Oscuros estaba reunido en lo alto de la sala. El aire se sentía denso, como si la propia atmósfera estuviera condenada por mi presencia. Mi padre, Baddock, se encontraba entre ellos, y su rostro estaba marcado por la gravedad de la decisión que debía tomar. Era él quien debía decidir mi destino, y aunque su corazón se retorciera con dolor, sabía que no había otra opción. Tú y yo lo sabíamos, ¿verdad padre?
 
“El destino de Vahl está sellado”, anunció uno de los Oscuros, con la voz resonando en cada rincón de la sala. “El equilibrio de nuestro reino ha sido trastornado. La materia oscura, que ha sido su obsesión, ha corrompido no solo su alma, sino la de todos los que le rodean. Y por eso, el juicio debe ser ejecutado. Que el Equilibrivm lo guíe, y que su sombra sea erradicada”.
 
Escuché las palabras, pero no sentí la furia de quien se ve traicionado. No había lugar para el rencor, ni para la venganza. El Zodiaco Negro ya estaba preparado, y nada de lo que me dijeran o me hicieran cambiaría eso.
Mi padre me miró con un vacío en sus ojos. Era imposible ocultar su dolor, pero, aun así, lo hizo. Lo hizo por el bien del reino, por la estabilidad que tanto temía perder. No lo culpaba, porque sabía que no podría detenerme.
“Padre...” Le susurré con calma, dejando que mis palabras se impregnaran en su alma, tal vez más que mi condena. “No hay vuelta atrás, no lo detendrás. Hay un reloj preparado que aguarda el momento oportuno para ponerse en marcha. El Zodiaco Negro se desatará, y el destino de nuestra raza será reescrito. Lo sabes, lo sentimos, todos lo sienten. Y cuando el último grano caiga, ni tú ni yo existiremos más.”
 
Me miró con una expresión de sorpresa y terror a la vez, pero ya no había vuelta atrás. Creo que en el fondo creyó mis palabras, pero no me respondió. No hizo falta. La ejecución fue rápida, y mi cabeza se alzó ante el peso de la espada que cayó en el instante justo en que los símbolos oscuros de mi piel comenzaron a brillar. Sabía lo que iba a pasar. Sabía que mi vida se extinguía, pero mi legado permanecería.
 
Previniendo este resultado, también preparé mi última jugada… si mi padre era capaz de tal acto… yo me vengaría igualmente… y así fue… cuando mi cabeza cayó al suelo ante mi padre, un denso humo negro empezó a salir de todos mis orificios. En cuestión de segundos, ese inesperado humo envolvió a mi padre ante la atónita mirada del Consejo, mi hermana y los guardias. Esa fue mi última creación… un horrible as en la manga.
 
No hubo margen para la reacción, y los presentes en la sala sólo pudieron ver como ese humo se iba condensando hasta que finalmente desapareció, llevándose al Rey Baddock consigo.
 
El nombre de Vahl, el hijo primogénito, pasaría a ser recordado como El Caído a partir de entonces, tras cometer regicidio a la vez que parricidio. Mi hermana, Satar, que tampoco pudo impedirlo, a partir de ese día sólo podía maldecir el momento en que yo había nacido…
 
Poco después de ese incidente, ella tomó el trono por derecho y se convirtió en la Quinta Regente del Submundo… pero la oscuridad no podía morir, no después de todo lo que yo había creado…
 
El reloj… mi reloj, seguiría contando… esperando…
 
Lo que había comenzado como una pequeña chispa de ambición, una búsqueda de conocimiento prohibido, ahora se había convertido en el ciclo más grande jamás imaginado por un diablo. El Reloj del Juicio aguardaba al momento oportuno para realizar su activación.
Ese artefacto que había creado con tanto cuidado y dedicación, continuaría su marcha, no solo en el Submundo, sino también en la Tierra, cambiando el destino de aquellos que se atrevieran a desafiar su poder. Cada vez que un grano cayera, cada cincuenta años, el reloj liberaría a uno de esos jueces oscuros.
 
Con el último grano, el ciclo se completaría. Pero mientras eso ocurría, los diablos, los humanos, y todas las razas que existieran, tendrían que enfrentarse a lo que yo había creado: el Zodiaco Negro. El juicio final estaba marcado en el reloj, y aunque mi cuerpo estuviera muerto, las repercusiones de mis actos no lo estarían. Los diablos que se creían a salvo, las razas inferiores, todo lo que conocía y despreciaba, sería juzgado. El Zodiaco Negro iba a traer consigo un ciclo interminable de destrucción, y nadie, ni siquiera Satar, podría detenerlo.
 
La evolución de nuestra especie solo podría lograrse a través de ese camino, y yo había sido el portador de esa oscuridad final…
 
Mi cuerpo dejó de existir en el año humano 686, y tuve que esperar en las sombras durante más de mil años… hasta que finalmente, en 1850 mi magnífico reloj se activó por fin…
 
Veamos la primera muestra de su poder…
Con esta story se desvelan dos importantes figuras que fueron soberanas del SubMundo.
Completa el puzzle poco a poco con nuevas stories que van a aparecer...
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© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 274, "Vahl, el caído".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2505291916279.
​Fecha de registro: Mayo 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.
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