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El sonido del viento era lo único que le recordaba que el mundo aún giraba… o al menos, eso suponía Catherine.
Estaba sola. Completamente sola. La isla era una extensión muda de rocas erosionadas, árboles retorcidos sin hojas, y una costa que no ofrecía ni peces ni esperanza. El mar que la rodeaba era tan gris como el cielo, y las nubes formaban un techo inmóvil, como si la atmósfera se hubiese petrificado.
No había pájaros. No había insectos. No había huellas, ni madrigueras, ni cadáveres…
El silencio era absoluto, excepto por ese murmullo eterno de las olas rompiendo contra las piedras… pero incluso eso sonaba artificial… como un recuerdo mal copiado de lo que debería ser el mar…
Ella no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Los días y las noches no parecían tener una frontera clara. El cielo se oscurecía a veces, y luego se aclaraba, sin patrón definido. No podía contar los días, ni los sueños. No podía contar nada.
Solo sabía que estaba cumpliendo un castigo. Una voz, alguna vez, en algún lugar, se lo había dicho.
No recordaba quién era esa voz. No recordaba cómo había llegado a la isla, ni qué había hecho para merecer aquel aislamiento.
Su única ancla era su nombre: Catherine.
A veces lo repetía en voz alta, como si pudiera deshacerse de esa sensación de disolución que la invadía.
—Catherine… Catherine… soy Catherine… —se susurraba a sí misma, caminando entre piedras cubiertas de líquenes.
La isla parecía cambiar muy lentamente. Algunas zonas parecían crecer o contraerse. Un árbol que antes estaba torcido, aparecía en otro lugar, recto. Una formación rocosa que recordaba perfectamente, desaparecía sin dejar rastro. Al principio pensó que perdía la razón, que la soledad la estaba desgastando como el viento desgasta la piedra. Pero con el tiempo comprendió que no era su mente… era la isla en sí...
Aquello no era un lugar real.
Dormía poco, y cuando lo hacía, soñaba con cosas que no entendía: ciudades colgantes que parecían hechas de cristal, figuras encapuchadas flotando sobre campos ardientes, relojes rotos desde donde goteaba luz. Siempre despertaba jadeando, con una palabra en la boca que se evaporaba antes de poder recordarla.
No tenía hambre, ni sed. Y, sin embargo, seguía viva.
Su cuerpo no cambiaba. No envejecía. Era como si el tiempo se hubiese quedado atrapado con ella, suspendido, como un insecto en ámbar.
Una vez, intentó hacerse daño… quería sentir algo. Agarró una roca y se golpeó la pierna con fuerza… pero no pasó nada. Ni dolor, ni herida... como si su cuerpo ya no respondiera a las leyes naturales.
Otra vez, pensó en arrojarse al mar. Caminó hasta el borde de un acantilado, observando las olas romper abajo. Pero cuando intentó lanzarse, algo invisible la sostuvo, impidiéndole dar el último paso. Como si la isla no le permitiera ni siquiera quitarse su propia vida.
Catherine empezó a hablar con la niebla. Le preguntaba cosas. Le contaba sus pensamientos.
A veces creía que la niebla le respondía. No con palabras, sino con formas vagas, rostros fugaces que se disolvían en el aire, susurros sin lengua, memorias ajenas que la rozaban como dedos fríos… y no dejaban de ser pareidolias constantes…
En algún lugar dentro de sí, sabía que aquella isla no era natural.
… y que ella tampoco lo era…
Algo más profundo, más antiguo, más oscuro… latía en su pecho. Aún dormido.
Pero empezaba a despertar...
Estaba sola. Completamente sola. La isla era una extensión muda de rocas erosionadas, árboles retorcidos sin hojas, y una costa que no ofrecía ni peces ni esperanza. El mar que la rodeaba era tan gris como el cielo, y las nubes formaban un techo inmóvil, como si la atmósfera se hubiese petrificado.
No había pájaros. No había insectos. No había huellas, ni madrigueras, ni cadáveres…
El silencio era absoluto, excepto por ese murmullo eterno de las olas rompiendo contra las piedras… pero incluso eso sonaba artificial… como un recuerdo mal copiado de lo que debería ser el mar…
Ella no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Los días y las noches no parecían tener una frontera clara. El cielo se oscurecía a veces, y luego se aclaraba, sin patrón definido. No podía contar los días, ni los sueños. No podía contar nada.
Solo sabía que estaba cumpliendo un castigo. Una voz, alguna vez, en algún lugar, se lo había dicho.
No recordaba quién era esa voz. No recordaba cómo había llegado a la isla, ni qué había hecho para merecer aquel aislamiento.
Su única ancla era su nombre: Catherine.
A veces lo repetía en voz alta, como si pudiera deshacerse de esa sensación de disolución que la invadía.
—Catherine… Catherine… soy Catherine… —se susurraba a sí misma, caminando entre piedras cubiertas de líquenes.
La isla parecía cambiar muy lentamente. Algunas zonas parecían crecer o contraerse. Un árbol que antes estaba torcido, aparecía en otro lugar, recto. Una formación rocosa que recordaba perfectamente, desaparecía sin dejar rastro. Al principio pensó que perdía la razón, que la soledad la estaba desgastando como el viento desgasta la piedra. Pero con el tiempo comprendió que no era su mente… era la isla en sí...
Aquello no era un lugar real.
Dormía poco, y cuando lo hacía, soñaba con cosas que no entendía: ciudades colgantes que parecían hechas de cristal, figuras encapuchadas flotando sobre campos ardientes, relojes rotos desde donde goteaba luz. Siempre despertaba jadeando, con una palabra en la boca que se evaporaba antes de poder recordarla.
No tenía hambre, ni sed. Y, sin embargo, seguía viva.
Su cuerpo no cambiaba. No envejecía. Era como si el tiempo se hubiese quedado atrapado con ella, suspendido, como un insecto en ámbar.
Una vez, intentó hacerse daño… quería sentir algo. Agarró una roca y se golpeó la pierna con fuerza… pero no pasó nada. Ni dolor, ni herida... como si su cuerpo ya no respondiera a las leyes naturales.
Otra vez, pensó en arrojarse al mar. Caminó hasta el borde de un acantilado, observando las olas romper abajo. Pero cuando intentó lanzarse, algo invisible la sostuvo, impidiéndole dar el último paso. Como si la isla no le permitiera ni siquiera quitarse su propia vida.
Catherine empezó a hablar con la niebla. Le preguntaba cosas. Le contaba sus pensamientos.
A veces creía que la niebla le respondía. No con palabras, sino con formas vagas, rostros fugaces que se disolvían en el aire, susurros sin lengua, memorias ajenas que la rozaban como dedos fríos… y no dejaban de ser pareidolias constantes…
En algún lugar dentro de sí, sabía que aquella isla no era natural.
… y que ella tampoco lo era…
Algo más profundo, más antiguo, más oscuro… latía en su pecho. Aún dormido.
Pero empezaba a despertar...
Fue un día cualquiera —si es que aún podía llamarse “día”— cuando algo cambió.
Catherine sintió una vibración diferente en el aire, como un crujido en la piel del mundo. El cielo, que siempre había sido gris y uniforme, mostraba ese día un corte delgado, casi imperceptible, en la neblina. Un rayo fugaz, un sonido ajeno al murmullo del mar… y luego, el estruendo.
Una explosión en la distancia, seguida por una columna de humo que se elevó más allá del horizonte.
Corrió velozmente. No sabía por qué, pero era la primera vez en siglos —o lo que parecían siglos— que algo rompía el bucle. Cuando llegó a la costa, encontró restos metálicos humeantes y, entre ellos, un cuerpo: un hombre inconsciente, con sangre en la sien y un uniforme quemado en varios puntos.
Estaba vivo.
Lo arrastró lejos de los escombros. El contacto humano, aunque él estuviese inerte, le provocó una sensación extraña, algo que no sabía cómo describir pero que de alguna manera la reconfortó por primera vez en mucho tiempo. Había alguien más en su mundo.
Tardó horas en despertar. Cuando lo hizo, sus ojos, claros y desorientados, buscaron los de ella.
- ¿Dónde… estoy?
- En una isla —respondió Catherine, con voz seca—. No tiene nombre. O al menos, yo no lo sé.
Él se llamaba Gabriel. Había estado a bordo de un transporte atmosférico que cruzaba una zona de transición orbital. Una tormenta magnética dañó el sistema de guía y lo estrelló contra lo que se suponía debía ser un punto muerto del mapa.
Pero esta isla no estaba en ningún mapa.
Con los días, Gabriel fue recuperándose. Catherine lo observaba desde la distancia, como si temiera acercarse demasiado, como si temiera que él la tocara. Pero poco a poco, empezaron a hablar.
- ¿Qué año es? —preguntó ella una noche.
- Dos-mil seiscientos ochenta y nueve —respondió él—. ¿No lo sabías?
Ella negó con la cabeza. Algo se agitó en su pecho. Una punzada. No de dolor, sino de reconocimiento. ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Había estado aquí… durante mil años? En su cabeza todavía creía encontrarse en su siglo XVII…
Gabriel intentaba entender su situación. Le preguntaba de dónde venía, qué hacía en la isla, por qué vivía sola, pero Catherine no tenía respuestas. Y aunque no lo decía en voz alta, empezaba a sospechar que ella no era como él.
- No siento hambre ni sed. No duermo, i tampoco sangro.
- ¿Qué eres entonces? —le preguntó él, medio en broma, creyendo que le tomaba el pelo.
Ella no respondió.
Gabriel hablaba de su mundo. De las mega-ciudades, las atmósferas artificiales, los drones guardianes, y los transportes de la época. De la expansión espacial, los sistemas coloniales exteriores, y los contactos con alienígenas. Catherine escuchaba con atención, pero todo le sonaba… lejano. Irreal. Como si lo oyera en sueños… fantasía…
Ella ya no pertenecía a ese tiempo… con cada día que pasaba, algo en su interior se volvía más turbulento.
Empezó a sentir… un deseo. Pero no era deseo carnal, era algo más primario. Una necesidad profunda, inarticulable con palabras.
Cuando Gabriel hablaba, su voz le provocaba una inquietud eléctrica. Cuando dormía, lo observaba durante horas.
Y sentía hambre… no por su carne, sino por su luz…
Por algo que vibraba en él y que ella no tenía.
Intentó resistirlo. Se alejaba, se escondía en lo profundo del bosque muerto para no mirarlo… pero su cuerpo comenzaba a cambiar. En las noches, sus pupilas se dilataban hasta cubrir todo el ojo. Sus manos temblaban… su aliento se volvía vapor, incluso sin frío...
Gabriel notaba su distancia. Intentó acercarse más, y en algún momento, se le declaró.
- No sé por qué, pero siento que debo estar contigo —le dijo una noche.
- No deberías —fue todo lo que Catherine pudo responder.
Porque ella ya sabía.
Sabía que, tarde o temprano, lo devoraría.
Y no podría evitarlo.
….
La noche era más oscura que nunca. La neblina había caído de forma espesa sobre la isla, y la brisa del mar parecía más gélida, como si presagiara el final de algo. Algo irreversible.
Catherine se acercó a Gabriel mientras él dormía. Su respiración era tranquila, casi inocente. No se daba cuenta de la transformación que ya estaba ocurriendo en ella. No podía sentir la diferencia aún, pero los ojos de Catherine ya brillaban con una luz interna. Un resplandor lejano, casi imperceptible para él.
Su piel, que antes era fría y pálida, ahora comenzaba a mostrar destellos oscuros, como si algo dentro de ella se estuviera revolviendo, despertando. Un susurro, el eco de algo mucho más antiguo, parecía retumbar en su mente.
Gabriel no despertó cuando ella se acercó. No tuvo oportunidad de gritar, de reaccionar. Cuando sus ojos se encontraron, ya era demasiado tarde. Algo oscuro se desató de su cuerpo, una fuerza invisible que se propulsó con violencia hacia él. ¡No podía moverse! Su cuerpo se había paralizado por completo, como si una fuerza invisible lo hubiera sellado en su lugar.
Catherine no retrocedió, ya no podía hacerlo. Su boca se abrió. La luz blanca de sus ojos se intensificó, y una corriente cegadora emergió de su garganta, una luz pura, casi líquida, que empezó a envolver a Gabriel. La esencia de su alma, tan brillante y tan pura, comenzó a desprenderse de su cuerpo.
El aire se llenó de una energía cargada de terror y desesperación. Gabriel intentó moverse, pero sus esfuerzos eran inútiles. No podía gritar, no podía luchar. Su alma era absorbida lentamente, como si la luz que salía de Catherine estuviera extrayendo cada fragmento de su ser, cada pensamiento, cada deseo. La esencia de Gabriel se tornaba translúcida, de un color azul pálido, y se elevaba hacia la boca de Catherine, como si un cordón invisible lo guiara.
El proceso fue largo, doloroso. Dos minutos, tres tal vez. Pero para él, el tiempo se estiró hasta parecerle una eternidad. De su cuerpo, solo quedaron cenizas que el viento no pudo llevarse. Su forma se disolvió, mientras el último vestigio de su alma desaparecía por completo en la oscuridad de la boca de Catherine.
En ese momento, como si el horror de lo sucedido fuera una señal, la neblina de la isla se partió, y apareció una figura en la distancia. Alto y silencioso, vestido con una capa que parecía no pertenecer a este tiempo. La figura avanzó sin esfuerzo, como si caminara sobre la misma corriente del aire, como si el mismo tiempo se apartara a su paso.
Era Kronas, un corpulento ser con la piel azul y la clásica figura de un demonio. Su rostro era una máscara de calma eterna, pero sus ojos no mostraban compasión… solo una comprensión antigua y muy profunda.
- Tu castigo ha terminado, Raven —dijo, con una voz que resonó como el eco de mil mundos olvidados.
Catherine, ahora sin fuerzas para moverse, lo miró. Un sentimiento de vergüenza, miedo y aceptación la invadió. En su interior, algo se quebró definitivamente.
Aquella sensación de vacío, de destrucción total, la alcanzó en lo más profundo de su alma.
- ¿Qué… qué soy? —preguntó con la voz quebrada, temblorosa.
Kronas la observó con una mezcla de respeto y condena.
- Eres la evolución de una apóstola. No lo recuerdas, pero coqueteaste tanto con el mundo de los demonios, que acabaste cometiendo actos para conseguir almas y poder, para dejar atrás tu condición humana. Hasta que lo conseguiste y evolucionaste a un demonio menor… pero algo se te fue de las manos. La necesidad de devorar, de consumir almas, se convirtió en tu única razón de existir. Cruzaste demasiadas fronteras del Equilibrivm, incluso para un demonio... y por ello, tu condena llegó.
Catherine escuchó en silencio. No había palabras que pudiera pronunciar para defenderse, no había excusa que pudiera ofrecer. Sabía que todo lo que él decía era cierto.
- Pero ahora —dijo él—, el tiempo de tu condena ha expirado. Este proceso no fue solo una lección para ti, fue una advertencia. Nadie, ni siquiera alguien como tú, puede escapar de las consecuencias de tus actos. Ahora, es hora de que vuelvas a tu forma original.
Con un solo movimiento de su mano, Kronas deshizo el confinamiento en el tiempo que la había mantenido en esa isla atemporal durante aproximadamente 100 años. Catherine sintió cómo algo dentro de ella despertaba.
Algo oscuro, profundo, ancestral. Un poder que había estado dormido por siglos.
Catherine sintió una vibración diferente en el aire, como un crujido en la piel del mundo. El cielo, que siempre había sido gris y uniforme, mostraba ese día un corte delgado, casi imperceptible, en la neblina. Un rayo fugaz, un sonido ajeno al murmullo del mar… y luego, el estruendo.
Una explosión en la distancia, seguida por una columna de humo que se elevó más allá del horizonte.
Corrió velozmente. No sabía por qué, pero era la primera vez en siglos —o lo que parecían siglos— que algo rompía el bucle. Cuando llegó a la costa, encontró restos metálicos humeantes y, entre ellos, un cuerpo: un hombre inconsciente, con sangre en la sien y un uniforme quemado en varios puntos.
Estaba vivo.
Lo arrastró lejos de los escombros. El contacto humano, aunque él estuviese inerte, le provocó una sensación extraña, algo que no sabía cómo describir pero que de alguna manera la reconfortó por primera vez en mucho tiempo. Había alguien más en su mundo.
Tardó horas en despertar. Cuando lo hizo, sus ojos, claros y desorientados, buscaron los de ella.
- ¿Dónde… estoy?
- En una isla —respondió Catherine, con voz seca—. No tiene nombre. O al menos, yo no lo sé.
Él se llamaba Gabriel. Había estado a bordo de un transporte atmosférico que cruzaba una zona de transición orbital. Una tormenta magnética dañó el sistema de guía y lo estrelló contra lo que se suponía debía ser un punto muerto del mapa.
Pero esta isla no estaba en ningún mapa.
Con los días, Gabriel fue recuperándose. Catherine lo observaba desde la distancia, como si temiera acercarse demasiado, como si temiera que él la tocara. Pero poco a poco, empezaron a hablar.
- ¿Qué año es? —preguntó ella una noche.
- Dos-mil seiscientos ochenta y nueve —respondió él—. ¿No lo sabías?
Ella negó con la cabeza. Algo se agitó en su pecho. Una punzada. No de dolor, sino de reconocimiento. ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Había estado aquí… durante mil años? En su cabeza todavía creía encontrarse en su siglo XVII…
Gabriel intentaba entender su situación. Le preguntaba de dónde venía, qué hacía en la isla, por qué vivía sola, pero Catherine no tenía respuestas. Y aunque no lo decía en voz alta, empezaba a sospechar que ella no era como él.
- No siento hambre ni sed. No duermo, i tampoco sangro.
- ¿Qué eres entonces? —le preguntó él, medio en broma, creyendo que le tomaba el pelo.
Ella no respondió.
Gabriel hablaba de su mundo. De las mega-ciudades, las atmósferas artificiales, los drones guardianes, y los transportes de la época. De la expansión espacial, los sistemas coloniales exteriores, y los contactos con alienígenas. Catherine escuchaba con atención, pero todo le sonaba… lejano. Irreal. Como si lo oyera en sueños… fantasía…
Ella ya no pertenecía a ese tiempo… con cada día que pasaba, algo en su interior se volvía más turbulento.
Empezó a sentir… un deseo. Pero no era deseo carnal, era algo más primario. Una necesidad profunda, inarticulable con palabras.
Cuando Gabriel hablaba, su voz le provocaba una inquietud eléctrica. Cuando dormía, lo observaba durante horas.
Y sentía hambre… no por su carne, sino por su luz…
Por algo que vibraba en él y que ella no tenía.
Intentó resistirlo. Se alejaba, se escondía en lo profundo del bosque muerto para no mirarlo… pero su cuerpo comenzaba a cambiar. En las noches, sus pupilas se dilataban hasta cubrir todo el ojo. Sus manos temblaban… su aliento se volvía vapor, incluso sin frío...
Gabriel notaba su distancia. Intentó acercarse más, y en algún momento, se le declaró.
- No sé por qué, pero siento que debo estar contigo —le dijo una noche.
- No deberías —fue todo lo que Catherine pudo responder.
Porque ella ya sabía.
Sabía que, tarde o temprano, lo devoraría.
Y no podría evitarlo.
….
La noche era más oscura que nunca. La neblina había caído de forma espesa sobre la isla, y la brisa del mar parecía más gélida, como si presagiara el final de algo. Algo irreversible.
Catherine se acercó a Gabriel mientras él dormía. Su respiración era tranquila, casi inocente. No se daba cuenta de la transformación que ya estaba ocurriendo en ella. No podía sentir la diferencia aún, pero los ojos de Catherine ya brillaban con una luz interna. Un resplandor lejano, casi imperceptible para él.
Su piel, que antes era fría y pálida, ahora comenzaba a mostrar destellos oscuros, como si algo dentro de ella se estuviera revolviendo, despertando. Un susurro, el eco de algo mucho más antiguo, parecía retumbar en su mente.
Gabriel no despertó cuando ella se acercó. No tuvo oportunidad de gritar, de reaccionar. Cuando sus ojos se encontraron, ya era demasiado tarde. Algo oscuro se desató de su cuerpo, una fuerza invisible que se propulsó con violencia hacia él. ¡No podía moverse! Su cuerpo se había paralizado por completo, como si una fuerza invisible lo hubiera sellado en su lugar.
Catherine no retrocedió, ya no podía hacerlo. Su boca se abrió. La luz blanca de sus ojos se intensificó, y una corriente cegadora emergió de su garganta, una luz pura, casi líquida, que empezó a envolver a Gabriel. La esencia de su alma, tan brillante y tan pura, comenzó a desprenderse de su cuerpo.
El aire se llenó de una energía cargada de terror y desesperación. Gabriel intentó moverse, pero sus esfuerzos eran inútiles. No podía gritar, no podía luchar. Su alma era absorbida lentamente, como si la luz que salía de Catherine estuviera extrayendo cada fragmento de su ser, cada pensamiento, cada deseo. La esencia de Gabriel se tornaba translúcida, de un color azul pálido, y se elevaba hacia la boca de Catherine, como si un cordón invisible lo guiara.
El proceso fue largo, doloroso. Dos minutos, tres tal vez. Pero para él, el tiempo se estiró hasta parecerle una eternidad. De su cuerpo, solo quedaron cenizas que el viento no pudo llevarse. Su forma se disolvió, mientras el último vestigio de su alma desaparecía por completo en la oscuridad de la boca de Catherine.
En ese momento, como si el horror de lo sucedido fuera una señal, la neblina de la isla se partió, y apareció una figura en la distancia. Alto y silencioso, vestido con una capa que parecía no pertenecer a este tiempo. La figura avanzó sin esfuerzo, como si caminara sobre la misma corriente del aire, como si el mismo tiempo se apartara a su paso.
Era Kronas, un corpulento ser con la piel azul y la clásica figura de un demonio. Su rostro era una máscara de calma eterna, pero sus ojos no mostraban compasión… solo una comprensión antigua y muy profunda.
- Tu castigo ha terminado, Raven —dijo, con una voz que resonó como el eco de mil mundos olvidados.
Catherine, ahora sin fuerzas para moverse, lo miró. Un sentimiento de vergüenza, miedo y aceptación la invadió. En su interior, algo se quebró definitivamente.
Aquella sensación de vacío, de destrucción total, la alcanzó en lo más profundo de su alma.
- ¿Qué… qué soy? —preguntó con la voz quebrada, temblorosa.
Kronas la observó con una mezcla de respeto y condena.
- Eres la evolución de una apóstola. No lo recuerdas, pero coqueteaste tanto con el mundo de los demonios, que acabaste cometiendo actos para conseguir almas y poder, para dejar atrás tu condición humana. Hasta que lo conseguiste y evolucionaste a un demonio menor… pero algo se te fue de las manos. La necesidad de devorar, de consumir almas, se convirtió en tu única razón de existir. Cruzaste demasiadas fronteras del Equilibrivm, incluso para un demonio... y por ello, tu condena llegó.
Catherine escuchó en silencio. No había palabras que pudiera pronunciar para defenderse, no había excusa que pudiera ofrecer. Sabía que todo lo que él decía era cierto.
- Pero ahora —dijo él—, el tiempo de tu condena ha expirado. Este proceso no fue solo una lección para ti, fue una advertencia. Nadie, ni siquiera alguien como tú, puede escapar de las consecuencias de tus actos. Ahora, es hora de que vuelvas a tu forma original.
Con un solo movimiento de su mano, Kronas deshizo el confinamiento en el tiempo que la había mantenido en esa isla atemporal durante aproximadamente 100 años. Catherine sintió cómo algo dentro de ella despertaba.
Algo oscuro, profundo, ancestral. Un poder que había estado dormido por siglos.
…..
Kronas la condujo a través de un pasaje oculto, un túnel de oscuridad que parecía fracturar la realidad misma. La isla se desvaneció a su alrededor, como un espejismo. En su lugar, apareció una conocida estructura gigantesca a la que llamaban Ürder.
Era más que una máquina. Era un altar biomecánico, una amalgama de tecnología y magia antigua que no pertenecía a este tiempo. Su superficie era pulida, metálica, cubierta por símbolos arcanos que parecían moverse, cambiando de forma a medida que los observaba.
El Ürder estaba diseñado para transformar lo que estaba roto, y mejorar a quien pague el precio. En el caso de Catherine, era la herramienta para restaurarla a su forma anterior al castigo.
Kronas observó mientras ella era absorbida por la estructura. Su cuerpo comenzó a brillar con una luz tenue, luego se intensificó hasta que parecía una estrella en el vacío. La transformación fue dolorosa, y Catherine la sintió como un reinicio, como si todo lo que había sido previamente se despojara de ella para dar paso a una nueva identidad.
Los recuerdos volvieron, pero no con claridad, sino como fragmentos perdidos. Vio flashes de lo que había sido: el hambre, el caos, las almas arrancadas de cuerpos humanos, las vidas extinguidas a su paso. Pero algo había cambiado… no era la misma.
Ya no era solo Catherine. Había regresado a su forma original: Raven, la demonio menor que se alimenta de almas. Un ser nacido de la oscuridad, con esencia de antiguas lamias. Pero algo había en ella que era diferente. El poder, la sed de vidas ajenas, seguía estando allí, pero ahora estaba matizada por el entendimiento de lo que había perdido… y lo que había ganado.
El proceso terminó, y la luz se desvaneció, dejando a Raven de pie ante Kronas, completamente restaurada. Su figura estaba envuelta en sombras etéreas que se movían a su voluntad. En sus ojos, brillaba una luz roja intensa. Y aunque su cuerpo era el de una criatura demoníaca, algo humano seguía ardiendo en su interior.
Kronas la observó por un momento, y en su rostro apareció una leve sonrisa.
- Espero que hayas aprendido la lección, Raven… no puede repetirse el incidente que provocó tu condena… ¿lo recuerdas ya?
- Si… ahora lo recuerdo todo… devoré las almas de una aldea entera… absolutamente a todo el mundo… tienes razón, esta ansia desbocada nunca puede volver a repetirse…
- Debes recordar siempre el Equilibrivm. Otro incidente similar y dejarás el plano de la existencia…
- No… ahora ya lo comprendo todo de nuevo… voy a seguir recolectando almas, pero me voy a centrar en pocas… al fin y al cabo, el tiempo ya no es un problema para nosotros, ¿verdad?
- En efecto. Mira, sé acerca de tu predilección por las almas jóvenes, y después de comprobar que la condena ha servido para algo, creo justo que podemos llegar a un acuerdo.
Raven se lo mira expectante mientras una gran columna de llamas arde con fuerza detrás de la estructura del Ürder.
- Debes centrarte en pocas almas, y alimentarte sólo cuando sea necesario. Además, como penitencia por tus atrocidades, aunque hayas pasado la condena en la isla, deberás preguntar de alguna manera a tus objetivos si quieren perecer en ese momento o más adelante. Si es la segunda opción, podrás acecharlos en el momento que tú quieras. Puedes seleccionar a tus objetivos de la manera que te plazca.
- Hmm… interesante… entonces creo que tendré que empezar a hacer una lista o algo parecido… Muchas gracias por esta segunda oportunidad, Kronas. No va a repetirse nada parecido a todo eso, palabra.
- Eso espero, Raven, eso espero…
Kronas asintió, satisfecho, mientras ella desaparecía en una nube de partículas brillantes que emergió de sus propias sombras.
La nueva Raven empezaba un nuevo capítulo de su vida, y muy atrás quedaban ya sus días como humana bajo el nombre de Catherine…
Kronas la condujo a través de un pasaje oculto, un túnel de oscuridad que parecía fracturar la realidad misma. La isla se desvaneció a su alrededor, como un espejismo. En su lugar, apareció una conocida estructura gigantesca a la que llamaban Ürder.
Era más que una máquina. Era un altar biomecánico, una amalgama de tecnología y magia antigua que no pertenecía a este tiempo. Su superficie era pulida, metálica, cubierta por símbolos arcanos que parecían moverse, cambiando de forma a medida que los observaba.
El Ürder estaba diseñado para transformar lo que estaba roto, y mejorar a quien pague el precio. En el caso de Catherine, era la herramienta para restaurarla a su forma anterior al castigo.
Kronas observó mientras ella era absorbida por la estructura. Su cuerpo comenzó a brillar con una luz tenue, luego se intensificó hasta que parecía una estrella en el vacío. La transformación fue dolorosa, y Catherine la sintió como un reinicio, como si todo lo que había sido previamente se despojara de ella para dar paso a una nueva identidad.
Los recuerdos volvieron, pero no con claridad, sino como fragmentos perdidos. Vio flashes de lo que había sido: el hambre, el caos, las almas arrancadas de cuerpos humanos, las vidas extinguidas a su paso. Pero algo había cambiado… no era la misma.
Ya no era solo Catherine. Había regresado a su forma original: Raven, la demonio menor que se alimenta de almas. Un ser nacido de la oscuridad, con esencia de antiguas lamias. Pero algo había en ella que era diferente. El poder, la sed de vidas ajenas, seguía estando allí, pero ahora estaba matizada por el entendimiento de lo que había perdido… y lo que había ganado.
El proceso terminó, y la luz se desvaneció, dejando a Raven de pie ante Kronas, completamente restaurada. Su figura estaba envuelta en sombras etéreas que se movían a su voluntad. En sus ojos, brillaba una luz roja intensa. Y aunque su cuerpo era el de una criatura demoníaca, algo humano seguía ardiendo en su interior.
Kronas la observó por un momento, y en su rostro apareció una leve sonrisa.
- Espero que hayas aprendido la lección, Raven… no puede repetirse el incidente que provocó tu condena… ¿lo recuerdas ya?
- Si… ahora lo recuerdo todo… devoré las almas de una aldea entera… absolutamente a todo el mundo… tienes razón, esta ansia desbocada nunca puede volver a repetirse…
- Debes recordar siempre el Equilibrivm. Otro incidente similar y dejarás el plano de la existencia…
- No… ahora ya lo comprendo todo de nuevo… voy a seguir recolectando almas, pero me voy a centrar en pocas… al fin y al cabo, el tiempo ya no es un problema para nosotros, ¿verdad?
- En efecto. Mira, sé acerca de tu predilección por las almas jóvenes, y después de comprobar que la condena ha servido para algo, creo justo que podemos llegar a un acuerdo.
Raven se lo mira expectante mientras una gran columna de llamas arde con fuerza detrás de la estructura del Ürder.
- Debes centrarte en pocas almas, y alimentarte sólo cuando sea necesario. Además, como penitencia por tus atrocidades, aunque hayas pasado la condena en la isla, deberás preguntar de alguna manera a tus objetivos si quieren perecer en ese momento o más adelante. Si es la segunda opción, podrás acecharlos en el momento que tú quieras. Puedes seleccionar a tus objetivos de la manera que te plazca.
- Hmm… interesante… entonces creo que tendré que empezar a hacer una lista o algo parecido… Muchas gracias por esta segunda oportunidad, Kronas. No va a repetirse nada parecido a todo eso, palabra.
- Eso espero, Raven, eso espero…
Kronas asintió, satisfecho, mientras ella desaparecía en una nube de partículas brillantes que emergió de sus propias sombras.
La nueva Raven empezaba un nuevo capítulo de su vida, y muy atrás quedaban ya sus días como humana bajo el nombre de Catherine…
La ilustración de la portada fue realizada por el artista ucrainés Bedevelskyi Viktor
© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 163, "Catherine en la Isla".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2505291916361
Fecha de registro: Mayo 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.
Disturbing Stories, número 163, "Catherine en la Isla".
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Fecha de registro: Mayo 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.