El detective Vincent Marlowe avanzó por los sombríos pasillos del sanatorio psiquiátrico. La luz parpadeante de los tubos fluorescentes proyectaba sombras alargadas en las paredes, creando figuras distorsionadas que parecían moverse con cada titileo. A su alrededor, el silencio era absoluto, salvo por el sonido de sus pasos resonando en la estructura metálica del suelo.
Al final del pasillo, un guardia con semblante impasible lo observaba en silencio, con los brazos cruzados y la mirada clavada en él. Vincent sostuvo su credencial un instante antes de continuar. En la última celda de la derecha se encontraba el hombre al que buscaba: el interno 158.
Dentro, sentado en la penumbra con la espalda encorvada, estaba el anciano. Su cabello blanco y desordenado caía sobre un rostro consumido por los años y la desesperanza. Su cuerpo frágil y cubierto con un uniforme gris parecía una sombra del hombre que había sido. No reaccionó a la presencia del detective.
Vincent se detuvo en la entrada de la celda, observando la escena. Un colchón en el suelo, una mesa metálica iluminada por una única luz cenital y la figura encorvada del anciano componían el lúgubre cuadro.
—Buenas tardes, señor James —saludó el detective con tono neutro—. Soy Vincent Marlowe. Estoy investigando un caso y me gustaría hacerle unas preguntas.
James no se movió de inmediato, pero después de unos segundos, su voz surgió como un susurro áspero.
—Todo lo que crees que no es real… lo es… —murmuró.
Vincent entrecerró los ojos.
—¿A qué se refiere?
—A los monstruos… a los vampiros… a las criaturas más retorcidas que puedas imaginar. No son invenciones. No son cuentos. Existen, y lo sé porque los he visto con mis propios ojos… y porque trabajé para uno de ellos durante años…
El detective observó con detenimiento al anciano. Su piel estaba surcada de arrugas profundas, sus manos temblaban levemente, y sus ojos, hundidos y vacíos, reflejaban un alma rota.
—Explíquese —dijo Vincent, sacando una libreta.
James dejó escapar una risa seca.
—¿De verdad crees que quieres saberlo, detective?
—Lo necesito —respondió él sin dudar.
El anciano suspiró y se frotó las sienes.
—Estuve enganchado a los videojuegos… un juego en particular… ¿te suena Metánimals?
Vincent levantó la mirada de su libreta.
—Sí. Mi padre me hablaba de él. Decía que quienes lo completaban… desaparecían.
James esbozó una sonrisa amarga.
—Exacto. Yo fui de los primeros en completarlo… y pagué el precio. Cuando llegué al último enemigo, me encontré con algo que no era parte del juego. No era código, ni programación. Era… algo vivo… Atlas…
El anciano tembló ligeramente al pronunciar el nombre.
—Me ofreció un trato. Durante años, fui su sirviente. Mi tarea era simple: mantener el juego en línea. Cada semana, sin importar dónde estuviera, al despertar encontraba un pendrive sobre mi mesa. Lo tomaba, subía la copia a un servidor y el pendrive desaparecía. Nunca podía duplicarlo, nunca podía analizarlo. Solo podía hacer mi trabajo.
Vincent lo escuchaba con atención, sin interrumpir.
—Pero todo cambió cuando el juego pasó de moda —continuó James—. Esos pendrives dejaron de aparecer. Pensé que mi tarea había terminado. Hasta que, un año después, desperté con uno nuevo… pero ya no era Metánimals, era otro juego: Endless Fantasy.
Al final del pasillo, un guardia con semblante impasible lo observaba en silencio, con los brazos cruzados y la mirada clavada en él. Vincent sostuvo su credencial un instante antes de continuar. En la última celda de la derecha se encontraba el hombre al que buscaba: el interno 158.
Dentro, sentado en la penumbra con la espalda encorvada, estaba el anciano. Su cabello blanco y desordenado caía sobre un rostro consumido por los años y la desesperanza. Su cuerpo frágil y cubierto con un uniforme gris parecía una sombra del hombre que había sido. No reaccionó a la presencia del detective.
Vincent se detuvo en la entrada de la celda, observando la escena. Un colchón en el suelo, una mesa metálica iluminada por una única luz cenital y la figura encorvada del anciano componían el lúgubre cuadro.
—Buenas tardes, señor James —saludó el detective con tono neutro—. Soy Vincent Marlowe. Estoy investigando un caso y me gustaría hacerle unas preguntas.
James no se movió de inmediato, pero después de unos segundos, su voz surgió como un susurro áspero.
—Todo lo que crees que no es real… lo es… —murmuró.
Vincent entrecerró los ojos.
—¿A qué se refiere?
—A los monstruos… a los vampiros… a las criaturas más retorcidas que puedas imaginar. No son invenciones. No son cuentos. Existen, y lo sé porque los he visto con mis propios ojos… y porque trabajé para uno de ellos durante años…
El detective observó con detenimiento al anciano. Su piel estaba surcada de arrugas profundas, sus manos temblaban levemente, y sus ojos, hundidos y vacíos, reflejaban un alma rota.
—Explíquese —dijo Vincent, sacando una libreta.
James dejó escapar una risa seca.
—¿De verdad crees que quieres saberlo, detective?
—Lo necesito —respondió él sin dudar.
El anciano suspiró y se frotó las sienes.
—Estuve enganchado a los videojuegos… un juego en particular… ¿te suena Metánimals?
Vincent levantó la mirada de su libreta.
—Sí. Mi padre me hablaba de él. Decía que quienes lo completaban… desaparecían.
James esbozó una sonrisa amarga.
—Exacto. Yo fui de los primeros en completarlo… y pagué el precio. Cuando llegué al último enemigo, me encontré con algo que no era parte del juego. No era código, ni programación. Era… algo vivo… Atlas…
El anciano tembló ligeramente al pronunciar el nombre.
—Me ofreció un trato. Durante años, fui su sirviente. Mi tarea era simple: mantener el juego en línea. Cada semana, sin importar dónde estuviera, al despertar encontraba un pendrive sobre mi mesa. Lo tomaba, subía la copia a un servidor y el pendrive desaparecía. Nunca podía duplicarlo, nunca podía analizarlo. Solo podía hacer mi trabajo.
Vincent lo escuchaba con atención, sin interrumpir.
—Pero todo cambió cuando el juego pasó de moda —continuó James—. Esos pendrives dejaron de aparecer. Pensé que mi tarea había terminado. Hasta que, un año después, desperté con uno nuevo… pero ya no era Metánimals, era otro juego: Endless Fantasy.
El detective asintió lentamente.
—He oído hablar de ese juego. Hace poco lanzaron la secuela.
James asintió con amargura.
—No lo probé. No quería caer en la misma trampa. Solo hice mi trabajo… hasta que no pude más…
Se tomó un momento antes de continuar.
—Llevo décadas arrastrando esta carga, detective. Vi desaparecer a jugadores. Vi sus obsesiones consumirlos hasta el final. Quise advertir al mundo, pero nadie me creyó.
Vincent entrecerró los ojos.
—El incidente del centro comercial…
—Sí… —murmuró James—. Grité la verdad en medio de esa tienda. Dije que ese videojuego era una herramienta de los demonios. Nadie me creyó. Me redujeron y me trajeron aquí.
El detective guardó silencio un instante.
—¿Y cree que internarse aquí fue la solución?
James se rio sin humor.
—No puedo morir, detective. Intenté escapar de este destino de muchas maneras. Nada funcionó. Pensé que, si me encerraban, quizás al fin me dejarían en paz. Pero ya ves… aquí estás tú.
El detective inclinó la cabeza ligeramente.
—Entonces… ¿afirma usted que los demonios existen?
El anciano alzó la vista, y por un momento, sus ojos parecieron reflejar un terror profundo.
—Son los dueños de nuestro mundo.
Un silencio espeso cayó sobre la habitación.
Y entonces, Vincent sonrió. James frunció el ceño. Algo cambió en el ambiente… el aire se volvió denso.
El detective extendió la mano y, sin previo aviso, una pequeña esfera de fuego se materializó y salió disparada hacia el guardia del pasillo. Éste no tuvo tiempo de gritar antes de ser consumido en llamas.
Los ojos de James se abrieron desmesuradamente.
La piel de Vincent empezó a desprenderse en jirones incandescentes, revelando una figura alta y de piel oscura como la ceniza, con cuernos retorcidos y cuatro brazos. Las llamas lo rodearon, iluminando su rostro con una sonrisa cruel.
—Vaya, vaya… mi querido James. Pensé que habíamos terminado, pero veo que decidiste romper nuestro trato.
El anciano temblaba.
—Yo… no… no hice nada…
Atlas se inclinó hacia él.
—Hiciste demasiado. Hablaste. Intentaste advertirlos… intentaste escapar… no hay escapatoria, James…
El anciano cayó de rodillas.
—Por favor… ya no puedo más… termina con esto…
Atlas lo observó por un momento.
—Pudiste haber vivido, James, pero decidiste rendirte. Siempre esperaste que alguien te dijera qué hacer… y ahora, ha llegado el momento de tu final.
Unas llamas negras brotaron del suelo, envolviendo a James. No gritó. No hubo dolor, solo resignación. Atlas inhaló, absorbiendo las brasas ardientes que antes habían sido su sirviente.
Luego se giró.
En la sombra, una figura desgarbada lo esperaba.
—Señor Jasper —dijo el demonio—, volvamos. Aún queda trabajo por hacer. Endless Fantasy III nos espera…
El extraño sirviente asintió, y juntos desaparecieron en la oscuridad del pasillo.
—He oído hablar de ese juego. Hace poco lanzaron la secuela.
James asintió con amargura.
—No lo probé. No quería caer en la misma trampa. Solo hice mi trabajo… hasta que no pude más…
Se tomó un momento antes de continuar.
—Llevo décadas arrastrando esta carga, detective. Vi desaparecer a jugadores. Vi sus obsesiones consumirlos hasta el final. Quise advertir al mundo, pero nadie me creyó.
Vincent entrecerró los ojos.
—El incidente del centro comercial…
—Sí… —murmuró James—. Grité la verdad en medio de esa tienda. Dije que ese videojuego era una herramienta de los demonios. Nadie me creyó. Me redujeron y me trajeron aquí.
El detective guardó silencio un instante.
—¿Y cree que internarse aquí fue la solución?
James se rio sin humor.
—No puedo morir, detective. Intenté escapar de este destino de muchas maneras. Nada funcionó. Pensé que, si me encerraban, quizás al fin me dejarían en paz. Pero ya ves… aquí estás tú.
El detective inclinó la cabeza ligeramente.
—Entonces… ¿afirma usted que los demonios existen?
El anciano alzó la vista, y por un momento, sus ojos parecieron reflejar un terror profundo.
—Son los dueños de nuestro mundo.
Un silencio espeso cayó sobre la habitación.
Y entonces, Vincent sonrió. James frunció el ceño. Algo cambió en el ambiente… el aire se volvió denso.
El detective extendió la mano y, sin previo aviso, una pequeña esfera de fuego se materializó y salió disparada hacia el guardia del pasillo. Éste no tuvo tiempo de gritar antes de ser consumido en llamas.
Los ojos de James se abrieron desmesuradamente.
La piel de Vincent empezó a desprenderse en jirones incandescentes, revelando una figura alta y de piel oscura como la ceniza, con cuernos retorcidos y cuatro brazos. Las llamas lo rodearon, iluminando su rostro con una sonrisa cruel.
—Vaya, vaya… mi querido James. Pensé que habíamos terminado, pero veo que decidiste romper nuestro trato.
El anciano temblaba.
—Yo… no… no hice nada…
Atlas se inclinó hacia él.
—Hiciste demasiado. Hablaste. Intentaste advertirlos… intentaste escapar… no hay escapatoria, James…
El anciano cayó de rodillas.
—Por favor… ya no puedo más… termina con esto…
Atlas lo observó por un momento.
—Pudiste haber vivido, James, pero decidiste rendirte. Siempre esperaste que alguien te dijera qué hacer… y ahora, ha llegado el momento de tu final.
Unas llamas negras brotaron del suelo, envolviendo a James. No gritó. No hubo dolor, solo resignación. Atlas inhaló, absorbiendo las brasas ardientes que antes habían sido su sirviente.
Luego se giró.
En la sombra, una figura desgarbada lo esperaba.
—Señor Jasper —dijo el demonio—, volvamos. Aún queda trabajo por hacer. Endless Fantasy III nos espera…
El extraño sirviente asintió, y juntos desaparecieron en la oscuridad del pasillo.
Esta STORY forma parte de:
© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 158, "El interno".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2502190913200.
Fecha de registro: febrero 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.
Disturbing Stories, número 158, "El interno".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2502190913200.
Fecha de registro: febrero 2025.
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.