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Existe un juego indie prohibido, uno que casi nadie ha conseguido completar... y prácticamente ninguno de los que lo han hecho ha vivido para contarlo.
Se llama "Metánimals", y el objetivo es capturar 100 criaturas fantásticas para convertirte en el mejor coleccionista. Puede que el concepto suene familiar, pero os aseguro que esta versión es mucho más oscura. Se encuentra solo en rincones recónditos de Internet, disponible para cualquier dispositivo, incluso consolas portátiles como la TST.
Las criaturas no son para nada amigables. Hay que recorrer un mundo virtual gigantesco, encontrar la manera de atraparlas y, sobre todo, sobrevivir en el intento. Algunas tienen aspecto animal; otras desafían toda lógica. Y luego está La Corte Sagrada: los diez últimos Metánimals, del 91 al 100. Son los más esquivos y poderosos, y atraparlos requiere algo más que simple habilidad.
Ahora mismo estoy en el nivel 96 y me oculto en una biblioteca abandonada. A unos metros, acecha Rynor, el número 97. Parece un rinoceronte antropomórfico con un oído extremadamente agudo: si me oye, vendrá a por mí con una embestida letal. Solo tengo un intento. Cuando se distrae mirando en otra dirección, salgo de mi escondite y salto hacia él. Al tocar el suelo, me deslizo con la inercia y quedo justo frente a él, pero en una posición inesperada: tumbado en el suelo, donde no puede atacarme. En ese instante, activo la linterna-capturadora y un rayo azul lo envuelve. Rynor apenas tiene tiempo de reaccionar antes de desvanecerse como un holograma.
"¡Lo conseguí! ¡Rynor es mío! ¡Nivel 97!", exclamo mientras suena la melodía especial de subida de nivel.
Esa fue la última vez que ese juego me hizo feliz.
Pasé meses buscando a los tres que me faltaban, revisando cada rincón del mundo virtual. Pero no había rastro de ellos. Como era un juego prohibido, no existían guías ni soporte oficial. La frustración se apoderó de mí. Dejé de comer, de dormir. Me obsesioné tanto que mi tía, con quien vivía desde la muerte de mis padres, tuvo que llevarme al médico.
El diagnóstico: trastorno psicótico inducido por el juego. Me internaron en el Orfanato de Nuestra Señora de la Piedad, un centro especializado en casos como el mío. Allí, iniciaron un nuevo tratamiento experimental. Me dejaba exhausto, pero la segunda noche, a las tres de la mañana, todo cambió.
Dos figuras aparecieron en mi habitación. Vestían armaduras y túnicas. La débil luz parpadeante apenas dejaba ver sus rostros. Pensé que eran alucinaciones provocadas por la medicación, pero entonces los reconocí. Eran #98 y #99, XX e YY, los Caballeros Custodios. Eran reales.
En los foros, se hablaba de cómo pocos jugadores los habían encontrado. Se rumoreaba que dos jugadores lograron atraparlos, pero sus blogs quedaron en silencio poco después. Desaparecieron sin dejar rastro.
Los Custodios tomaron mi camilla y la empujaron por el pasillo. Apenas podía reaccionar, la dósis de la medicación me tenía aturdido. El orfanato estaba vacío, nadie más en los pasillos. De pronto, comenzaron a correr. Cada vez más rápido. Hasta que, sin previo aviso, saltaron conmigo por una ventana haciendo añicos el cristal. Millones de fragmentos volaron a nuestro alrededor en un instante que parecía ir a cámara lenta. Caíamos desde cinco pisos de altura.
Cerré los ojos y grité.
...
Se llama "Metánimals", y el objetivo es capturar 100 criaturas fantásticas para convertirte en el mejor coleccionista. Puede que el concepto suene familiar, pero os aseguro que esta versión es mucho más oscura. Se encuentra solo en rincones recónditos de Internet, disponible para cualquier dispositivo, incluso consolas portátiles como la TST.
Las criaturas no son para nada amigables. Hay que recorrer un mundo virtual gigantesco, encontrar la manera de atraparlas y, sobre todo, sobrevivir en el intento. Algunas tienen aspecto animal; otras desafían toda lógica. Y luego está La Corte Sagrada: los diez últimos Metánimals, del 91 al 100. Son los más esquivos y poderosos, y atraparlos requiere algo más que simple habilidad.
Ahora mismo estoy en el nivel 96 y me oculto en una biblioteca abandonada. A unos metros, acecha Rynor, el número 97. Parece un rinoceronte antropomórfico con un oído extremadamente agudo: si me oye, vendrá a por mí con una embestida letal. Solo tengo un intento. Cuando se distrae mirando en otra dirección, salgo de mi escondite y salto hacia él. Al tocar el suelo, me deslizo con la inercia y quedo justo frente a él, pero en una posición inesperada: tumbado en el suelo, donde no puede atacarme. En ese instante, activo la linterna-capturadora y un rayo azul lo envuelve. Rynor apenas tiene tiempo de reaccionar antes de desvanecerse como un holograma.
"¡Lo conseguí! ¡Rynor es mío! ¡Nivel 97!", exclamo mientras suena la melodía especial de subida de nivel.
Esa fue la última vez que ese juego me hizo feliz.
Pasé meses buscando a los tres que me faltaban, revisando cada rincón del mundo virtual. Pero no había rastro de ellos. Como era un juego prohibido, no existían guías ni soporte oficial. La frustración se apoderó de mí. Dejé de comer, de dormir. Me obsesioné tanto que mi tía, con quien vivía desde la muerte de mis padres, tuvo que llevarme al médico.
El diagnóstico: trastorno psicótico inducido por el juego. Me internaron en el Orfanato de Nuestra Señora de la Piedad, un centro especializado en casos como el mío. Allí, iniciaron un nuevo tratamiento experimental. Me dejaba exhausto, pero la segunda noche, a las tres de la mañana, todo cambió.
Dos figuras aparecieron en mi habitación. Vestían armaduras y túnicas. La débil luz parpadeante apenas dejaba ver sus rostros. Pensé que eran alucinaciones provocadas por la medicación, pero entonces los reconocí. Eran #98 y #99, XX e YY, los Caballeros Custodios. Eran reales.
En los foros, se hablaba de cómo pocos jugadores los habían encontrado. Se rumoreaba que dos jugadores lograron atraparlos, pero sus blogs quedaron en silencio poco después. Desaparecieron sin dejar rastro.
Los Custodios tomaron mi camilla y la empujaron por el pasillo. Apenas podía reaccionar, la dósis de la medicación me tenía aturdido. El orfanato estaba vacío, nadie más en los pasillos. De pronto, comenzaron a correr. Cada vez más rápido. Hasta que, sin previo aviso, saltaron conmigo por una ventana haciendo añicos el cristal. Millones de fragmentos volaron a nuestro alrededor en un instante que parecía ir a cámara lenta. Caíamos desde cinco pisos de altura.
Cerré los ojos y grité.
...
Cuando abrí los ojos, la caída había terminado, pero no estábamos en la calle. A nuestro alrededor se extendía un paisaje infernal: catacumbas, fuego y oscuridad. Los Custodios estaban arrodillados. Yo me giré y lo vi.
Un demonio gigantesco, de cuatro brazos, sentado en un trono de piedra y llamas. Su mirada reptiliana amarilla se clavó en la mía. De repente, mi mente se llenó de imágenes de guerras, hambre y sufrimiento. Me aparté de su mirada y las visiones cesaron. Luego, él habló.
—Vaya, enhorabuena, muchacho... has conseguido tu objetivo.
—¿Qué? ¿Esto es real?
El demonio soltó una carcajada.
—¡Ja, ja, ja! Pregunta si es real... Muchacho, bienvenido al Sub-Mundo. Ese juego al que te obsesionaste es en realidad una herramienta para traerme almas. Almas corrompidas por la adicción... Y tú has cruzado la línea.
Señaló a los Custodios.
—XX e YY fueron los últimos jugadores que llegaron hasta mí. Como ves, ahora trabajan para mí. Me llamo Atlas, por cierto.
—¿Esto es el infierno?
—No el infierno del que hablan tus religiones. Este es el Sub-Mundo, el único que existe aquí abajo.
—¿Y la gente que dice haber superado el juego?
—Mentirosos. Nadie lo ha conseguido. Solo alimentan el mito.
—¿Qué va a hacer conmigo?
Atlas sonrió.
—Tienes dos opciones: trabajar aquí, cumpliendo tareas menores, o regresar a tu mundo y ayudarme a traer más almas como la tuya. Esas versiones del juego que siguen circulando... hay quienes las re-suben constantemente. Personas como la que tú puedes llegar a ser…
Pensé por un instante y respondí:
—Conozco círculos de jugadores que podrían interesarte...
Atlas asintió.
—Buena elección. Si cumples con tu parte, ya reclamaré tu alma más adelante... Señor Jasper, actualice el contador.
Un anciano vestido con ropajes steampunk presionó unas teclas. Un número aumentó en pantalla: 3705 almas capturadas.
Atlas sonrió desde su trono.
—Bien... sigamos jugando...
Un demonio gigantesco, de cuatro brazos, sentado en un trono de piedra y llamas. Su mirada reptiliana amarilla se clavó en la mía. De repente, mi mente se llenó de imágenes de guerras, hambre y sufrimiento. Me aparté de su mirada y las visiones cesaron. Luego, él habló.
—Vaya, enhorabuena, muchacho... has conseguido tu objetivo.
—¿Qué? ¿Esto es real?
El demonio soltó una carcajada.
—¡Ja, ja, ja! Pregunta si es real... Muchacho, bienvenido al Sub-Mundo. Ese juego al que te obsesionaste es en realidad una herramienta para traerme almas. Almas corrompidas por la adicción... Y tú has cruzado la línea.
Señaló a los Custodios.
—XX e YY fueron los últimos jugadores que llegaron hasta mí. Como ves, ahora trabajan para mí. Me llamo Atlas, por cierto.
—¿Esto es el infierno?
—No el infierno del que hablan tus religiones. Este es el Sub-Mundo, el único que existe aquí abajo.
—¿Y la gente que dice haber superado el juego?
—Mentirosos. Nadie lo ha conseguido. Solo alimentan el mito.
—¿Qué va a hacer conmigo?
Atlas sonrió.
—Tienes dos opciones: trabajar aquí, cumpliendo tareas menores, o regresar a tu mundo y ayudarme a traer más almas como la tuya. Esas versiones del juego que siguen circulando... hay quienes las re-suben constantemente. Personas como la que tú puedes llegar a ser…
Pensé por un instante y respondí:
—Conozco círculos de jugadores que podrían interesarte...
Atlas asintió.
—Buena elección. Si cumples con tu parte, ya reclamaré tu alma más adelante... Señor Jasper, actualice el contador.
Un anciano vestido con ropajes steampunk presionó unas teclas. Un número aumentó en pantalla: 3705 almas capturadas.
Atlas sonrió desde su trono.
—Bien... sigamos jugando...
La ilustración de la portada fue realizada por el artista ucrainés Bedevelskyi Viktor
© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 151, "La criatura perdida".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2502190908565.
Fecha de registro: febrero 2025
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.
Disturbing Stories, número 151, "La criatura perdida".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2502190908565.
Fecha de registro: febrero 2025
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor.