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Ding Dong
El timbre de la puerta sonó de repente, interrumpiendo la quietud del apartamento. Samanta Kramer, con el rostro serio y cansado, se levantó rápidamente de su silla y corrió hacia la entrada. Cuando abrió la puerta, se encontró con una escena que le hizo fruncir el ceño: un hombre y una mujer, ambos con un aire formal, parecían ser policías. La mujer, con una expresión grave, fue la primera en hablar.
—¿Doctora Samanta Kramer?
—Sí, soy yo… ¿saben algo de mi mujer? —su voz tembló ligeramente, y antes de que pudieran responder, algo en sus rostros le transmitieron lo que ya temía.
El hombre, con el rostro lleno de pesar, asintió y pronunció las palabras que Samanta ya había anticipado sin querer.
—Sentimos comunicarle que hemos encontrado los restos de su mujer… lo… sentimos mucho.
Esas palabras cayeron como un pesado eco en su cabeza, repitiéndose una y otra vez, hasta que el mundo a su alrededor se desvaneció lentamente. La doctora, sin poder sostenerse, comenzó a caer, pero antes de que tocara el suelo, los dos oficiales reaccionaron con rapidez, sujetándola y evitando el impacto.
Samanta perdió el conocimiento en ese momento.
Dos años después…
El dolor había quedado grabado en su memoria como una sombra interminable. La doctora Samanta Kramer, una mujer que alguna vez brilló con la luz del conocimiento y la ambición, ahora vivía marcada por la tragedia. En su mente, los recuerdos de su esposa, Verónica, eran tan vívidos y dolorosos como el primer día en que la perdió. Pero la ciencia había sido su refugio, y en ella había encontrado el propósito de seguir adelante.
Samanta era una reconocida investigadora en neurociencia, destacándose por su aguda mente y su capacidad para resolver problemas complejos. Había sido una de las mejores de su generación y, a través de los años, logró consolidarse como una pieza clave en los laboratorios más prestigiosos del mundo. Con el tiempo, se unió a Aura First Innovations, una compañía multinacional que trabajaba en una gran variedad de proyectos científicos.
Su investigación más ambiciosa era la que la había llevado a desarrollar una máquina que, de alguna manera, podría recuperar los recuerdos de un ser humano recién fallecido. Esta tecnología, que parecía de ciencia ficción, era el resultado de años de trabajo y un enfoque implacable.
Su interés en el tema surgió a partir de una teoría que planteaba que los recuerdos humanos eran como partículas de arena cinética, esparcidas y almacenadas en el cerebro. Esta idea la obsesionó durante años. A través de su investigación, Samanta había llegado a la conclusión de que los recuerdos podrían tener una "posición" en el cerebro, lo que permitiría recuperarlos de alguna manera, como si fueran fragmentos dispersos.
Para lograrlo, desarrolló un fluido especial que, cuando se inyectaba en el cerebro de un cadáver reciente, tenía la capacidad de leer y transmitir los recuerdos almacenados en él. Era un proyecto pionero, en el que solo ella y su equipo creían plenamente, y fue gracias a su visión y determinación que la tecnología llegó a buen puerto.
Pero no todo fue tan sencillo. En los años 2020 a 2022, un evento catastrófico, conocido como los "incidentes de 2020-2022", cambió para siempre el curso de la historia, y la vida de la doctora. Samanta, ajena a la magnitud de los eventos, vivía tranquila con su esposa en un barrio residencial, mientras a quinientos kilómetros de distancia se desataba el caos. Algunos hablaban de un "Gigante Oscuro", una criatura que, aparentemente, deambulaba por las calles sin rumbo fijo.
Esa tarde, cuando Samanta regresó a casa después de un largo día en el laboratorio, descubrió que su esposa había desaparecido. La desesperación se apoderó de ella, y la búsqueda fue frenética. Sin embargo, al día siguiente, la policía tocó a su puerta para informarle que habían encontrado el cuerpo de Verónica.
La doctora Kramer cayó en una profunda depresión, pero gracias al apoyo de sus amigos más cercanos y su fortaleza interior, pudo seguir adelante. Sus investigaciones continuaron en paralelo con las de sus colegas, aunque ella misma comenzó a convertirse en una pieza prescindible dentro de su propio equipo, hasta que se apartó del todo.
Fue entonces cuando Carter, un antiguo compañero de trabajo, apareció en su puerta.
—Hola, Sam —dijo, con una sonrisa cautelosa en el rostro.
—Hola, Carter… ¿qué haces aquí?
—He venido a verte. Quiero saber cómo estás, y también tengo algo importante que contarte.
Samanta lo miró en silencio, evaluando si abrir la puerta a una conversación que podría cambiarlo todo. Finalmente, asintió.
—Adelante… ¿quieres un café?
Ambos se dirigieron al salón mientras Samanta preparaba el café en su máquina de cápsulas. Carter se sentó y observó la habitación en silencio.
—Recuerdo que antes hacías un excelente café con la expreso —comentó Carter con nostalgia.
—Sí… ya lo has dicho bien… antes… —respondió Samanta, entregándole la taza. Sus ojos parecían perdidos en algún rincón del pasado.
—Gracias —dijo él, dando un sorbo.
—Bien, Carter… respondiendo a tu pregunta: estoy estable, ni arriba ni abajo. He logrado encontrar algo de equilibrio, pero nunca seré la misma. Ahora doy clases de matemáticas a adultos, y con eso me basta. ¿Y tú qué tal?
Carter respiró hondo antes de responder.
—Pues… bien, Sam. Ahora trabajo en el departamento de Gestión de Activos de Aura First. Y estos dos últimos años han sido intensos. Después de los incidentes de 2020-2022, comenzamos a trabajar con los cuerpos de algunas de esas criaturas. Y después de mucho análisis, ¿sabes qué descubrimos?
Samanta lo miró con curiosidad.
—¿Qué?
—Un patrón. Las criaturas, tan distintas entre sí, tenían un patrón genético similar. Pero lo más sorprendente fue cuando tratamos de analizar ese patrón. Resultó que las partículas que lo componían no correspondían a nada que conociéramos. Estábamos tratando con algo completamente diferente… algo que no pertenece a nuestro planeta.
—¿Cómo?
—Sí, algo realmente extraño. Nos empeñamos en estudiar esas muestras y, después de casi un año de trabajo arduo, logramos sintetizar un fluido que llamamos “la Materia del Otro Lado”.
—Ah, claro, por los portales —dijo Samanta, entrecerrando los ojos.
—Exactamente —respondió él, asintiendo. Su tono se volvió más serio. —Lo más impactante es que, al trabajar con esta Materia, descubrimos que tiene propiedades de aceleración celular. Amplifica y magnifica los comportamientos biológicos.
Samanta lo miró fijamente, sintiendo que algo importante estaba por venir.
—Sam, ¿y si te dijera que con esta Materia podríamos hacer funcionar tu prototipo?
La doctora no pudo evitar dudar. Sabía lo que eso implicaba.
—Eso… eso no es posible. Ya lo intentamos todo, no logramos que funcionara.
—Lo que pasaba era que el fluido no tenía la capacidad de procesar toda esa información de manera rápida. Pero si tuviéramos algo con la capacidad de procesamiento de un ordenador cuántico… ¿no lo probarías?
Samanta permaneció en silencio, mirando al suelo mientras meditaba las palabras de Carter. Luego, finalmente, levantó la vista.
—¿Y si te dijera que con esto podrías descubrir cómo murió Verónica?
El timbre de la puerta sonó de repente, interrumpiendo la quietud del apartamento. Samanta Kramer, con el rostro serio y cansado, se levantó rápidamente de su silla y corrió hacia la entrada. Cuando abrió la puerta, se encontró con una escena que le hizo fruncir el ceño: un hombre y una mujer, ambos con un aire formal, parecían ser policías. La mujer, con una expresión grave, fue la primera en hablar.
—¿Doctora Samanta Kramer?
—Sí, soy yo… ¿saben algo de mi mujer? —su voz tembló ligeramente, y antes de que pudieran responder, algo en sus rostros le transmitieron lo que ya temía.
El hombre, con el rostro lleno de pesar, asintió y pronunció las palabras que Samanta ya había anticipado sin querer.
—Sentimos comunicarle que hemos encontrado los restos de su mujer… lo… sentimos mucho.
Esas palabras cayeron como un pesado eco en su cabeza, repitiéndose una y otra vez, hasta que el mundo a su alrededor se desvaneció lentamente. La doctora, sin poder sostenerse, comenzó a caer, pero antes de que tocara el suelo, los dos oficiales reaccionaron con rapidez, sujetándola y evitando el impacto.
Samanta perdió el conocimiento en ese momento.
Dos años después…
El dolor había quedado grabado en su memoria como una sombra interminable. La doctora Samanta Kramer, una mujer que alguna vez brilló con la luz del conocimiento y la ambición, ahora vivía marcada por la tragedia. En su mente, los recuerdos de su esposa, Verónica, eran tan vívidos y dolorosos como el primer día en que la perdió. Pero la ciencia había sido su refugio, y en ella había encontrado el propósito de seguir adelante.
Samanta era una reconocida investigadora en neurociencia, destacándose por su aguda mente y su capacidad para resolver problemas complejos. Había sido una de las mejores de su generación y, a través de los años, logró consolidarse como una pieza clave en los laboratorios más prestigiosos del mundo. Con el tiempo, se unió a Aura First Innovations, una compañía multinacional que trabajaba en una gran variedad de proyectos científicos.
Su investigación más ambiciosa era la que la había llevado a desarrollar una máquina que, de alguna manera, podría recuperar los recuerdos de un ser humano recién fallecido. Esta tecnología, que parecía de ciencia ficción, era el resultado de años de trabajo y un enfoque implacable.
Su interés en el tema surgió a partir de una teoría que planteaba que los recuerdos humanos eran como partículas de arena cinética, esparcidas y almacenadas en el cerebro. Esta idea la obsesionó durante años. A través de su investigación, Samanta había llegado a la conclusión de que los recuerdos podrían tener una "posición" en el cerebro, lo que permitiría recuperarlos de alguna manera, como si fueran fragmentos dispersos.
Para lograrlo, desarrolló un fluido especial que, cuando se inyectaba en el cerebro de un cadáver reciente, tenía la capacidad de leer y transmitir los recuerdos almacenados en él. Era un proyecto pionero, en el que solo ella y su equipo creían plenamente, y fue gracias a su visión y determinación que la tecnología llegó a buen puerto.
Pero no todo fue tan sencillo. En los años 2020 a 2022, un evento catastrófico, conocido como los "incidentes de 2020-2022", cambió para siempre el curso de la historia, y la vida de la doctora. Samanta, ajena a la magnitud de los eventos, vivía tranquila con su esposa en un barrio residencial, mientras a quinientos kilómetros de distancia se desataba el caos. Algunos hablaban de un "Gigante Oscuro", una criatura que, aparentemente, deambulaba por las calles sin rumbo fijo.
Esa tarde, cuando Samanta regresó a casa después de un largo día en el laboratorio, descubrió que su esposa había desaparecido. La desesperación se apoderó de ella, y la búsqueda fue frenética. Sin embargo, al día siguiente, la policía tocó a su puerta para informarle que habían encontrado el cuerpo de Verónica.
La doctora Kramer cayó en una profunda depresión, pero gracias al apoyo de sus amigos más cercanos y su fortaleza interior, pudo seguir adelante. Sus investigaciones continuaron en paralelo con las de sus colegas, aunque ella misma comenzó a convertirse en una pieza prescindible dentro de su propio equipo, hasta que se apartó del todo.
Fue entonces cuando Carter, un antiguo compañero de trabajo, apareció en su puerta.
—Hola, Sam —dijo, con una sonrisa cautelosa en el rostro.
—Hola, Carter… ¿qué haces aquí?
—He venido a verte. Quiero saber cómo estás, y también tengo algo importante que contarte.
Samanta lo miró en silencio, evaluando si abrir la puerta a una conversación que podría cambiarlo todo. Finalmente, asintió.
—Adelante… ¿quieres un café?
Ambos se dirigieron al salón mientras Samanta preparaba el café en su máquina de cápsulas. Carter se sentó y observó la habitación en silencio.
—Recuerdo que antes hacías un excelente café con la expreso —comentó Carter con nostalgia.
—Sí… ya lo has dicho bien… antes… —respondió Samanta, entregándole la taza. Sus ojos parecían perdidos en algún rincón del pasado.
—Gracias —dijo él, dando un sorbo.
—Bien, Carter… respondiendo a tu pregunta: estoy estable, ni arriba ni abajo. He logrado encontrar algo de equilibrio, pero nunca seré la misma. Ahora doy clases de matemáticas a adultos, y con eso me basta. ¿Y tú qué tal?
Carter respiró hondo antes de responder.
—Pues… bien, Sam. Ahora trabajo en el departamento de Gestión de Activos de Aura First. Y estos dos últimos años han sido intensos. Después de los incidentes de 2020-2022, comenzamos a trabajar con los cuerpos de algunas de esas criaturas. Y después de mucho análisis, ¿sabes qué descubrimos?
Samanta lo miró con curiosidad.
—¿Qué?
—Un patrón. Las criaturas, tan distintas entre sí, tenían un patrón genético similar. Pero lo más sorprendente fue cuando tratamos de analizar ese patrón. Resultó que las partículas que lo componían no correspondían a nada que conociéramos. Estábamos tratando con algo completamente diferente… algo que no pertenece a nuestro planeta.
—¿Cómo?
—Sí, algo realmente extraño. Nos empeñamos en estudiar esas muestras y, después de casi un año de trabajo arduo, logramos sintetizar un fluido que llamamos “la Materia del Otro Lado”.
—Ah, claro, por los portales —dijo Samanta, entrecerrando los ojos.
—Exactamente —respondió él, asintiendo. Su tono se volvió más serio. —Lo más impactante es que, al trabajar con esta Materia, descubrimos que tiene propiedades de aceleración celular. Amplifica y magnifica los comportamientos biológicos.
Samanta lo miró fijamente, sintiendo que algo importante estaba por venir.
—Sam, ¿y si te dijera que con esta Materia podríamos hacer funcionar tu prototipo?
La doctora no pudo evitar dudar. Sabía lo que eso implicaba.
—Eso… eso no es posible. Ya lo intentamos todo, no logramos que funcionara.
—Lo que pasaba era que el fluido no tenía la capacidad de procesar toda esa información de manera rápida. Pero si tuviéramos algo con la capacidad de procesamiento de un ordenador cuántico… ¿no lo probarías?
Samanta permaneció en silencio, mirando al suelo mientras meditaba las palabras de Carter. Luego, finalmente, levantó la vista.
—¿Y si te dijera que con esto podrías descubrir cómo murió Verónica?
Esa tarde, Samanta se encontraba en uno de los laboratorios de Aura First Innovations, rodeada por un equipo de diez personas. En el centro de la sala, un cuerpo humano descansaba sobre una mesa. Carter le entregó una jeringuilla con un líquido oscuro.
—Tómalo —le dijo.
Samanta miró la jeringuilla unos segundos antes de insertar el líquido en el catéter que había sido preparado para la ocasión. En los monitores, los asistentes comenzaron a teclear comandos y, lentamente, los mecanismos del laboratorio se pusieron en marcha.
Pronto, en la pantalla central apareció una imagen borrosa que, con el tiempo, comenzó a enfocarse. Era el rostro de una mujer, morena y con rasgos asiáticos. Uno de los asistentes comentó:
—Según los informes, esta es la esposa del fallecido.
Ver esa imagen en el monitor hizo que, por primera vez en dos largos años, Samanta sonriera, aunque solo fuera por un instante.
El prototipo que había concebido como un sueño de juventud finalmente estaba completado. La máquina que alguna vez había sido solo una fantasía, ahora era capaz de proyectar los recuerdos del cerebro de un fallecido.
Pero Samanta no estaba lista para enfrentarse completamente a lo que vendría después.
El siguiente paso, el que había esperado tanto tiempo, era la prueba para esclarecer las circunstancias de la muerte de Verónica. Así pues, se organizó todo.
Al día siguiente, los restos de su esposa fueron introducidos en una cápsula, sin ningún cristal que pudiera mostrar su estado. Conectaron cables y tubos, dejando todo listo para la proyección.
Samanta se paró frente al gran monitor y, con una mezcla de esperanza y temor, insertó el fluido a través del catéter.
—Carter, sé que esto es difícil, pero ahora que hemos llegado hasta aquí, necesito saber hasta dónde podemos llegar. Verónica se fue hace casi dos años… —dijo con voz quebrada.
—Y si no funciona, no pasa nada, Sam. Todos haríamos lo mismo.
La pantalla comenzó a mostrar imágenes desconectadas, distorsionadas. Samanta abrió los ojos, sintiendo el nudo en su garganta. A medida que las imágenes se iban enfocando, comenzó a ver la escena en la que Verónica estaba en su despacho, trabajando.
Poco a poco, las imágenes se organizaron, y la visión de Verónica se hizo más nítida. La mujer se asomó por la ventana y vio algo extraño. Algo inmenso se movía a lo lejos y decidió salir a ver mejor: un gigante oscuro, corriendo a gran velocidad. Al principio se quedó petrificada, pero después decidió ir tras él.
Tras llegar al final de la calle, a lo lejos, vio cómo el gigante se dirigía al mar, y, tras un salto, se sumergió en el agua. Pero antes de que pudiera regresar a su casa, un segundo gigante aparece de repente, arrojándola lejos con un solo golpe.
Las imágenes terminaron en un desenfoque abrupto.
Samanta, con lágrimas en los ojos, extendió su mano y acarició el monitor. La pantalla mostraba la indicación de “Sin Señal Activa”, y en ese momento, la doctora se dio cuenta de lo que había logrado.
El proyecto de Proyección Cerebral se completó con éxito en 2024. Sin embargo, la tecnología solo tenía un uso, ya que el proceso de inyección dejaba el cerebro irreversible.
En 2025, Aura First Innovations comenzó a distribuir esta tecnología, que revolucionaría la forma en que se resolvían los casos forenses. Para 2028, casi todos los departamentos de policía habían adquirido el equipo necesario, y lo que alguna vez fue un sueño para la Dra. Kramer, ahora era una herramienta indispensable.
Y aunque la ciencia había avanzado permitiéndonos entender un poco más de la arquitectura de nuestra existencia, para Samanta, la pérdida de Verónica en esas circunstancias seguiría siendo el mayor vacío en la suya...
—Tómalo —le dijo.
Samanta miró la jeringuilla unos segundos antes de insertar el líquido en el catéter que había sido preparado para la ocasión. En los monitores, los asistentes comenzaron a teclear comandos y, lentamente, los mecanismos del laboratorio se pusieron en marcha.
Pronto, en la pantalla central apareció una imagen borrosa que, con el tiempo, comenzó a enfocarse. Era el rostro de una mujer, morena y con rasgos asiáticos. Uno de los asistentes comentó:
—Según los informes, esta es la esposa del fallecido.
Ver esa imagen en el monitor hizo que, por primera vez en dos largos años, Samanta sonriera, aunque solo fuera por un instante.
El prototipo que había concebido como un sueño de juventud finalmente estaba completado. La máquina que alguna vez había sido solo una fantasía, ahora era capaz de proyectar los recuerdos del cerebro de un fallecido.
Pero Samanta no estaba lista para enfrentarse completamente a lo que vendría después.
El siguiente paso, el que había esperado tanto tiempo, era la prueba para esclarecer las circunstancias de la muerte de Verónica. Así pues, se organizó todo.
Al día siguiente, los restos de su esposa fueron introducidos en una cápsula, sin ningún cristal que pudiera mostrar su estado. Conectaron cables y tubos, dejando todo listo para la proyección.
Samanta se paró frente al gran monitor y, con una mezcla de esperanza y temor, insertó el fluido a través del catéter.
—Carter, sé que esto es difícil, pero ahora que hemos llegado hasta aquí, necesito saber hasta dónde podemos llegar. Verónica se fue hace casi dos años… —dijo con voz quebrada.
—Y si no funciona, no pasa nada, Sam. Todos haríamos lo mismo.
La pantalla comenzó a mostrar imágenes desconectadas, distorsionadas. Samanta abrió los ojos, sintiendo el nudo en su garganta. A medida que las imágenes se iban enfocando, comenzó a ver la escena en la que Verónica estaba en su despacho, trabajando.
Poco a poco, las imágenes se organizaron, y la visión de Verónica se hizo más nítida. La mujer se asomó por la ventana y vio algo extraño. Algo inmenso se movía a lo lejos y decidió salir a ver mejor: un gigante oscuro, corriendo a gran velocidad. Al principio se quedó petrificada, pero después decidió ir tras él.
Tras llegar al final de la calle, a lo lejos, vio cómo el gigante se dirigía al mar, y, tras un salto, se sumergió en el agua. Pero antes de que pudiera regresar a su casa, un segundo gigante aparece de repente, arrojándola lejos con un solo golpe.
Las imágenes terminaron en un desenfoque abrupto.
Samanta, con lágrimas en los ojos, extendió su mano y acarició el monitor. La pantalla mostraba la indicación de “Sin Señal Activa”, y en ese momento, la doctora se dio cuenta de lo que había logrado.
El proyecto de Proyección Cerebral se completó con éxito en 2024. Sin embargo, la tecnología solo tenía un uso, ya que el proceso de inyección dejaba el cerebro irreversible.
En 2025, Aura First Innovations comenzó a distribuir esta tecnología, que revolucionaría la forma en que se resolvían los casos forenses. Para 2028, casi todos los departamentos de policía habían adquirido el equipo necesario, y lo que alguna vez fue un sueño para la Dra. Kramer, ahora era una herramienta indispensable.
Y aunque la ciencia había avanzado permitiéndonos entender un poco más de la arquitectura de nuestra existencia, para Samanta, la pérdida de Verónica en esas circunstancias seguiría siendo el mayor vacío en la suya...
La ilustración de la portada fue realizada por el artista ucrainés Bedevelskyi Viktor
© 2025 Josep Maria Solé. Todos los derechos reservados.
Disturbing Stories, número 020, "El proyector cerebral".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2502200922895.
Fecha de registro: febrero 2025
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor
Disturbing Stories, número 020, "El proyector cerebral".
Registrado en SafeCreative con el ID: 2502200922895.
Fecha de registro: febrero 2025
Este relato no puede ser reproducido, distribuido ni modificado sin el permiso expreso del autor